EL CASTILLO DE SOBRADA
En Sobrada, hoy del ayuntamiento de Arcos, en Otero de Rey, no hace muchos años que se veían aún restos del
antiguo castillo feudal, donde, según la tradición, aconteció una tragedia.
Allá por el siglo XI, cuando el rey Alfonso VI luchaba valerosamente contra
los moros, uno de los condes gallegos que no tenía ya resistencia ni ánimo para
cabalgadas y guerras debido a sus muchos años, envió a su hijo, hombre varonil,
fuerte y arrojado, al frente de veinte lanzas y cerca de doscientos vasallos
bien armados.
Llevaba ya mucho
tiempo ausente el joven Ruy de Sobrada,
que tal era el nombre de aquel viejo y noble señor de la comarca de Arcos, cuando llegaron noticias al
castillo de que la madre de doña Sancha,
la esposa de Ruy, estaba muy
gravemente enferma, hasta el extremo de ya no contarse con ella.
Después de pedir
licencia a su suegro, doña Sancha emprendió viaje hacia el castillo de sus padres,
acompañada de algunos antiguos servidores y llevando consigo al enano Alcoucel, que era para el viejo conde
don Outel como el mejor perro de
guarda para custodiar a su nuera.
Estaba una tarde
el viejo señor de Sobrada
contemplando tristemente la campiña desde la ventana de la torre donde tenía su
morada; era la víspera de su ochenta aniversario y pensaba en el hijo que
andaba guerreando contra los moros y del cual hacía ya mucho tiempo que no
tenía noticias.
De pronto, se
estremeció al oír la bocina que Alcoucel,
sin duda, hacía sonar en las almenas del castillo.
¿Llegaba,
pues, de vuelta su nuera?
Pero ¿por
qué Alcoucel hacía aquella señal de alarma?
Al poco tiempo,
vio entrar en la estancia al enano.
¿Qué
quiere decir ese triste lamento de tu bocina? -le preguntó don Outel.
Quiere
decir, señor mi amo, que debéis desconfiar de la señora doña Sancha, vuestra
nuera.
Cuenta
-le ordenó el viejo conde; y su mirada se anubló y las arrugas del temor trazaron
surcos profundos en su frente y sus cejas se fruncieron.
Hace
cuatro días llegó al castillo de Mirás un caballero; sólo llevaba consigo dos
mozos bien armados, eso sí, pero su traza era de gente que parecía inspirar
poca confianza. El caballero, que usaba una armadura oscura, ya un poco
abollada, y sin escudo ni marca alguna, pidió asilo. Después de descabalgar,
habiéndose enterado de que la anciana señora había fallecido en aquellos días,
solicitó ver a la señora hija, doña Sancha, con la cual estuvo hablando a
solas...
Pero,
¿quién era aquel caballero? -preguntó don Outel.
Nadie
lo sabe. Yo apenas le he visto. Es un hombre requemado por el sol, muy barbado,
de barbas negras y ojos brillantes...
¿Y
después?
Permaneció
en Mirás hasta que salimos para Sobrada; y a Sobrada ha venido, mostrándose
siempre muy cariñoso y servicial con la señora condesa.
¿Está
aquí? ¿Cómo no se ha presentado ante mí?
No lo
sé, señor mi amo.
¿Dónde
está?
En la
torre del sur.
¡En
la torre del sur! Es allí donde habita la condesa.
El
caballero se alojó en el otro piso.
¡Oh!
Pero eso... -y murmuró colérico-: ¡Juro a Dios que la honra de mi hijo será
vengada!
La señora condesa
doña Sancha, después de saludar a su
suegro, se retiró a su habitación. Venía muy cansada del viaje y muy afectada
por la dolorosa pérdida de su madre. Apenas reparó en la frialdad con que el
conde la había recibido. Una gran alegría interior absorbía toda su atención,
todo su interés.
Ya en su
aposento, habla con sus doncellas de la sorpresa que guarda para su suegro en
el próximo día de su cumpleaños. A pesar del reciente luto, piensa en la
felicidad que habrá de traer para todos el nuevo día.
De pronto se oyen
gritos: ruido de algo pesado que ha caído, Y casi al momento entra en la sala
don Outel de Sobrada. Sus ojos relumbran
como si chispearan; sus manos tiemblan; su boca no se sabe si ríe o hace una
mueca de asco, de cólera o de pavor.
El conde coge
violentamente de las manos a su nuera y tira de ella, casi arrastrándola hasta
la ventana.
¡Mira
para allí! -le dice con voz ronca y furiosa, mostrándole at pie de la
torre, sobre las losas del patio, el cadáver de un hombre.
La condesa doña
Sancha, en un estremecimiento de horror, grita entre sollozos:
-¿Qué ha hecho, señor? ¡Ha matado a mi marido! ¡Ha matado a
su hijo!
Desconfia de tus impulsos, piensa
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega
Fotografías
en :
http://alianzagalega.blogspot.com.es/
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