EL HOMBRE
LOBO III
Vivía -hace muchísimo tiempo- en una
aldea de las montañas de Cervantes
(provincia de Lugo) un hombre, arisco de carácter, que se irritaba por
cualquier cosa y juraba y maldecía que daba miedo.
Este hombre tenía un hijo que era ya
un mozallón, buen muchacho, amigo de las mozas y de las fiestas y romerías, aun
cuando no le volvía la espalda al trabajo. Solía decir que <<cada cosa a su tiempo>>,
y de acuerdo con esta máxima procedía.
Pero su padre quería tenerlo siempre
tirando del azadón y no le gustaba que el muchacho tratara de divertirse;
porque las parradas gastan las fuerzas que se precisan en el trabajo. Un día
discutieron padre e hijo porque el muchacho pretendía ir a la fiesta de Pedrafita y el viejo insistía en que
fuese a quemar un monte pata roturarlo.
-El dia de fiesta
no se trabaja, que es pecado -decía el mozo-; si el trabajo no se hace un día, se hace otro; pero, la fiesta,
pasado el día, paso la romería, y la fiesta se pierde.
-Lo que no se hace es
ir de fiesta, cuando hay un trabajo que atender.
Ninguno de los dos cedía. Al fin el
padre, irritado, gritó: -¡Vete de
fiesta, y como andas tras las mozas, así permita Dios que andes tras las lobas!
Nunca tal hubiera dicho.
Una noche el mozo despertó; se sentía
inquieto, desasosegado, no tenía parada, y terminó poniéndose los pantalones y
saliendo a la calle. Como si una fuerza extraña lo empujara hacia el monte, se
echó a caminar por el declive arriba. Llegó a un pequeño prado y se revolcó
sobre la hierba humedecida por el rocío de la noche. ¿Por qué hacía aquello? No
lo sabía. Pero aconteció que cuando intentó levantarse, no pudo hacerlo; estaba
a cuatro pies y a cuatro pies corrió hacia la cumbre del monte, aullando como
un lobo, y tras de las lobas anduvo como un perro rabioso.
En la aldea se habló mucho de la
desaparición del muchacho.
Se habló también de un lobo muy
grande que había degollado muchos corderos y herido a varios carneros.
El padre del mozo desaparecido empezó
a pensar en el caso; recordaba su maldición, y se estremeció. ¿Aquel lobo podría ser su hijo?
Y se fue a ver a una viejecita muy
vieja, que decían que era meiga, y le contó el caso.
-¡Ay hombre! – le dijo la vieja -, ¡la maldición del padre es lo peor que puede haber para
un hijo! Un padre no puede maldecir su propia sangre.
Pero, para tranquilizarlo, dijo:
-Pero si ese lobo es tu
hijo, hay un remedio para volverlo a la vida de los humanos-
Y le explicó que, con todo, no era
cosa fácil, porque uno de los dos podría morir, ya que el hijo, convertido en
fiera, había perdido todo el sentido de los hombres.
-¿Y, que debo hacer
entonces? preguntó
el padre.
-Ve si puedes hacerle
sangre, pero que no sea cosa de muerte, ni siquiera de mutilación, porque si le
hicieras mucho daño, ese mal le quedaría al recobrar su ser-.
Salió pensativo el viejo de casa de
la meiga y mucho caviló, de vuelta hacia su vivienda, cómo habría de proceder.
Pero, aun cuando se viera en peligro de muerte, mejor quería morir que saber a
su hijo perdido de aquella manera.
A la noche siguiente decidió ir en
busca del lobo. No quiso llevar más arma que un cuchillo, para evitar un
peligro mayor, pero llevó consigo un corderillo, al cual ató al pie de un
tojal, tras el cual se ocultó él, entre unos brezos, con el cuchillo en la mano.
A media noche vio cómo el cordero se
estremecía y agitaba y supuso que el lobo se acercaba. Después oyó un ligero
golpe, como de alguna cosa que caía; tal vez el salto del lobo para acometer y
el patalear del animal... Arrastrándose muy despacio y calladamente, se acercó.
¡Allí estaba el lobo! Clavaba los dientes en las carnes blandas del cordero sin
apercibirse de su presencia.
Como temiendo herir de más, clavó en
el lomo la punta del cuchillo, que tiró en seguida al suelo. El lobo se
revolvió enseñando los dientes. El hombre le echó los brazos al cuello, llamándole: ¡Hijo, Hijo!; y le pidió perdón, sollozando.
Entonces la piel del lobo empezó a
abrirse por la herida y, como si fuese una piel postiza, iba desprendiéndose
del cuerpo.
Una sacudida, un revolcarse entre los
brezos y los tojos, y el muchacho recobraba el ser, desfallecido, pero tal como
era antes de ser maldito por su padre.
Esta leyenda fue recogida por mí en las montañas de
Cervantes, el año 1.963, y en gallego, naturalmente.
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega
Fotografías
en :
http://alianzagalega.blogspot.com.es/
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