EL TRONANTE
DE MEDELA
Se cuenta, y el cuento, que se da como hecho real,
viene ya de muchísimos años atrás, que el cura de Santaya de Probaos (ayuntamiento
de Cesuras, partido judicial de Betanzos) era un hombre tan bueno y tan santo,
que su fama llegaba más allá de las tierras de Bergantiños y Barcala. El día de
la fiesta patronal convidaba a comer a todos los pobres que a Santaya llegaban,
y había que ver lo exquisito del caldo que para ellos hacía disponer el buen
párroco, con su tocino y chorizo y abundantes patatas y, para acompañarle, sus
buenos molletes de pan de trigo que él mismo repartía en grandes trozos. Y para
todos había, gracias a Dios, que le proporcionaba al bueno del cura en sus
tierras ricas cosechas de centeno y trigo que eran un milagro.
Le querían tanto sus feligreses, que en el tiempo
de las sementeras, como en el de las siegas o la trilla, acudían complaciéndose
a servir a quien tanto les valía y ayudaba con consejos y avenencias, si por
caso tuvieran desavenencias entre ellos, como suele suceder entre hombres de
todas las castas.
Pero el caso fue que un año empezó a llover y descargó
una gran tormenta cuando la era del señor cura estaba cubierta de haces de
trigo y la trilla iba ya a media mañana. Aquel año fueron muchos los ferrados
de pan que se perdieron para el santo hombre y no pocos también los que se
pudrieron en los graneros de sus feligreses.
Lo peor fue que el año siguiente, coincidiendo
también con la trilla del párroco, otra tremenda tromba de agua, producida por
la tronada aterradora que estalló con gran estruendo y no pequeños daños para todos
los de la parroquia de Santaya, se repitió la catástrofe. Y así aconteció los
subsiguientes años, tan desafortunadamente, que, amaneciendo días claros y
limpios de nubes y luciendo el sol en todo su esplendor, de repente se
entoldaba el cielo y los truenos retumbaban en los campos, a la vez que las
torrenciales lluvias lo encharcaban todo.
Se decía que aquello no podía ser sino cosa del
diablo o de brujas; tal vez las buenas obras y santidad del señor cura atrajeran
en contra de él y de su parroquia las envidias de otras parroquias; tal vez el
mismísimo diablo quisiera perderlo para tratar de condenarle, valiéndose de
aquellos infortunios a fin de que renegara de Dios, que tanto le había ayudado
siempre hasta entonces.
Pero llegó un día que, temiendo que no tendrían más
suerte que en los años anteriores, acudieron a la casa rectoral, dispuestos para
efectuar la trilla si por acaso fuere posible. Era en la víspera de San Juan de
Medela, que tiene una ermita cerca de Santaya en la cual se celebra su romería.
El párroco, antes de comenzar a extender sobre el
pavimento de la era los monllos de trigo, habló a sus feligreses diciéndoles:
Amigos míos: Hoy vamos a intentar nuevamente
hacer la trilla de nuestro trigo; tengamos fe en que Dios nuestro Señor y el
bendito San Juan de Medela han de apiadarse de nosotros y no nos dejarán de su
mano. Os ruego que os dispongáis para la trilla; pero, pase lo que pase, no
huyáis de la era, ni tengáis miedo alguno por lo que podáis ver, sea lo que
fuere.
Después de esto, hizo llevar a la era un viejo
armario que tenía en la bodega; en él se metió con un libro en la mano y se
puso a rezar.
Pero cuando los trilladores, después de colocar las
filas de monllos extendidos por la era, empezaron a golpear volteando los
pértegos, estalló la tormenta con más fuerza que nunca. Los relámpagos y los
truenos se sucedían sin tregua y los nubarrones, abriéndose, derramaron toda el
agua de que iban henchidos. Los trilladores tuvieron un primer impulso de
huida; pero, recordando las palabras del párroco, siguieron golpeando con los mayos
en el trigo, a pesar de que la lluvia arreciaba en fuerza y cantidad. El señor
cura, dentro del armario, seguía rezando y conjurando.
De pronto, al tiempo de retumbar un trueno
horrísono que hizo estremecerse a cuantos allí
estaban, vieron caer de las nubes como unas grandes tenazas de hierro; y
poco después, tras otro espantoso ruido, unas zuecas grandísimas; y luego,
entre una gritería satánica, cayó el tronante causa de las tempestades, ser
espantoso que parecía un gigantesco mono, tan contrahecho, negro y peludo como
demonio del infierno, que el verlo producía terror.
Entonces salió el señor cura del armario, con el
libro en la mano, gritando conjuros y diciendo:
¡Matadlo, matadlo, para que nunca más pueda
hacer daño a nadie!
Y los feligreses trillaron en el tronante con más
fuerza y saña que en los monllos del trigo sobre los cuales había caído. Y la
tronada y la lluvia se calmaron y volvió a salir el sol.
Y dícese que enterraron el maligno espíritu productor de las tormentas
con las zuecas y las tenazas al pie de la ermita de San Juan en la víspera de la
romería, ya que por su intercesión se rompió el conjuro.
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de
Alianzagalega
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