UNA LEYENDA REDONDELANA
Esta leyenda esta tomada de un libro de viajes escrito por un caballero
navarro llamado don Julián Medrano. Robert Southey, en sus Cartas
de España y Portugal, al describir su paso por Redondela
recoge también esta leyenda; a ella se refiere asimismo Annette M. B. Meakin,
en su libro Galicia, la Suiza española.
Es el caso que, allá por el año 1520, en Redondela, un hermoso puerto
de mar, casi al fondo de la ría de Vigo, había un famoso astrólogo y
adivino muy estimado no sólo allí, sino en Vigo, Pontevedra y en la mitad de
Galicia; y se le consideraba como si fuese el profeta Daniel. Este
astrólogo se llamába Marcolfo y, sacando pensión de todos aquellos
lugares marítimos, alcanzaba largamente para comer y aun para ser tenido como
hombre de posibles.
Por su fama, su buena presencia y sus dotes de sabido, gozaba de gran
consideración, de suerte que, sintiéndose en condiciones para tomar estado y
gustándole extraordinariamente la joven hija de un patrón marinero, hombre
principal, a la cual por su hermosura llamaban <<La
linda Almena>>, la solicitó por esposa y se casó con ella.
Vivieron así Almena y Marcolfo contentos y dichosos y se extendió
la fama del astrólogo por aquello de tener, además de sus conocimientos
científicos, hermosa mujer y muchos ducados.
Pero esto fue su perdición, porque esa noticia tan halagadora para él
llegó a los oídos de un gran pirata, el más ambicioso y cruel corsario que por
aquellos tiempos surcaba el mar Océano como único rey sobre las aguas.
Y aquel pirata, conocido por el capitán Sempronio, sintió en su corazón
el antojo de que aquella era una presa que merecía ser buscada y conquistada; y
buscó en efecto, por todas partes y con cuantas mañas imaginar pudo, el camino
y los medios para dar el asalto, que esta vez consideraba mucho más fácil que
los abordajes a que estaba acostumbrado sobre las movedizas y agitadas aguas
del mar y frente a los cañones que defendían las naves.
Había entonces en Redondela un santo patrón de una iglesia que
estaba fuera del lugar y a alguna distancia de él, y cuya fiesta era privativa
de los hombres, porque se trataba de cofrades que a ella pertenecían; las
mujeres permanecían entre tanto solas en sus casas. Sempronio tenía buenos
espías y fue informado por estos algunos días antes de la celebración de
aquellos actos. Durante la noche anterior a la fiesta, el pirata arribó a un
lugar muy próximo a Redondela y con unos cuantos de sus hombres se ocultó
en sitio oportuno para llevar a cabo su plan.
Una vez que Sempronio recibió la nueva de cómo todos los hombres
de Redondela habían comido juntos después de la misa y se dirigían a
unos olivares donde solían divertirse con diversos juegos, seguro de que entre
ellos estaba el astrólogo Marcolfo con sus adivinaciones y diciendo a
muchos de sus vecinos lo que les había de acontecer, el pirata saltó con sus
hombres armados a la casa del pobre astrólogo y entró en ella a saco,
llevándose las cosas de más valor y riqueza que allí se encontraban. Y tomando a
la señora Almena por un brazo, la metió dentro de su bergantín.
Después de cerrarla en su camarote, dio orden de desplegar velas y el
barco salió mar afuera llevándose a bordo el rico botín.
Sabida la mala nueva de que el pirata había ido a Redondela, todos
los hombres dejaron sus juegos y corrieron a la villa para tomar las armas;
pero cuando llegaron ya había zarpado el bergantín del capitán Sempronio.
El triste Marcolfo, hallando su morada vacía, sin bienes ni esposa,
se dirigió rápidamente a la ribera y se subió a una alta peña y, atando un gran
pañuelo en el extremo de un palo, lo agitó en el aire y principió a gritar,
llamando a su querida Almena y haciendo señas; pero el navío iba ya
lejos y ningún caso hicieron a sus señales ni a sus gritos, no tardando en
desaparecer. Entonces, el desesperado Marcolfo, desde lo alto de la peña
que estaba a la orilla del mar, se lanzó de un gran salto y, cayendo sobre unos
peñascos batidos por las olas, pereció entre las aguas.
Los de Redondela, apiadándose de su desgracia y condoliéndose de
su muerte, viendo que no podían enterrarle en tierra santa, después de haberlo
recogido, le abrieron un sepulcro dentro de unas peñas que están en medio del
mar, a las cuales no se puede llegar sin barco.
Y así terminó aquel
célebre adivino que no pudo adivinar su propia y terrible suerte.
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de
Alianzagalega
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