LA CUEVA DEL REY CINTOULO (II)
La de hoy es otra
leyenda distinta de la que anteriormente he relatado, referente a la misma
cueva, y dice así:
En la cueva del rey
Cintoulo o Cintolo, cerca de Mondoñedo, dícese que hay un encanto. Una princesa rubia, de cabellos como finísimas
hebras de oro y de ojos color de cielo, que fue embrujada por un gigante muy
malo hace muchos cientos de años.
Algunas veces, si el
mortal que por allí pasa cuando empieza a alborear está limpio de pecado, puede
verse a la rubia princesa peinando sus cabellos con un peine de oro y mirándose
en un espejo de pulida plata que reluce como la estrella de la mañana. Un anciano
con muchos años de existencia gastada, que me contó esta historia, ha jurado que
siendo él joven la oyó quejarse una vez, pidiéndole que la desencantara. Pero nadie
se había atrevido nunca a intentar tal hazaña, porque se desconoce el secreto
de lo que es preciso hacer para lograrlo y, en cambio, se teme el peligro de
muerte ante el fracaso de la aventura.
Cuéntase que quien
pudiera desencantar a la encantadora princesa, se habría hecho más rico que un
rey para toda su vida; porque aquella cueva, que es grandísima, se convertiría
en un palacio con columnas de mármol color de rosa y oro; con salones de ricas
maderas; con puertas y vigas y techos magníficamente tallados; con ventanales de
vidrios de colores y reposteros y cortinajes de cendales y terciopelos. Y,
siendo joven, podría casarse con la misma princesa.
Pero también decíase
que aquel que intentase romper el encanto, si no lo conseguía sería destrozado
y comido por un monstruo que vive en las profundidades de la cueva, guardando
aquellos tesoros encantados con la bellísima princesa.
Este monstruo es tan
grande como un hórreo y semejante a la coca que sale en la procesión del Corpus
en Redondela, según dicen. Tiene unas garras que despedazan un buey como quien quebranta
una nuez; su boca, en la que cabe un carnero entero, tiene unos dientes grandes
y duros como el hierro y más poderosos que los de un jabalí; sus ojos al mirar
parece que despiden chispas, cual si tuvieran el fuego del infierno.
¿Quién podría
acometer tal hazaña?
Cuéntase que una
yez, cuando todavía no se conocían las armas de fuego, dos hermanos que eran
muy atrevidos y valientes discurrieron cómo podrían hacer para desencantar a la
princesa.
Y fueron con una
cuadrilla de perros muy fieros que tenían para la caza del jabalí, pues eran
hidalgos que vivían en una casa fuerte, creo que por la parte de Ferrol o de
las Puentes de Eume; e iban muy bien armados con unas a modo de bisarmas o
alabardas muy fuertes, y además con espadas y dagas. Y llevaban teas resinosas
para alumbrarse en el interior de la caverna y tenían también un libro sobre
conjuros y busca de tesoros; no sé si sería el de San Cipriano.
Y entre los dos ya
habían echado cuentas de cómo habrían de hacer el reparto: el mayor, que era el
heredero, tenía la intención de casarse con la princesa; su hermano se quedaría
con el castillo y todas las riquezas que pudieran hallar, dejando solamente a la
princesa aquello que le perteneciera personalmente.
Se supo que los dos
hermanos penetraron en la cueva... Pero nadie volvió a verlos jamás.
Ciertamente debieron haber perecido en su temeraria expedición, puesto que, sin
haber regresado al cabo de muchos días, se conoció su propósito por un
pergamino que habían dejado en su morada y en la cual estaban escritos sus proyectos.
Véase cómo esta
leyenda no desdice de la anterior, que se refiere a la misma cueva; por el
contrario, parece la continuación o una segunda parte de ella, si no es una consecuencia;
o, pudiéramos decir, ambas son dos capítulos diferentes de una misma y
primitiva novela.
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega
Fotografías
en :
http://alianzagalega.blogspot.com.es/
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