sábado, 25 de julio de 2015

VASCO EL TROVADOR











VASCO  EL  TROVADOR
Todavía existe en Moeche (partido judicial de Ferrol) los restos del famoso castillo de este nombre, que habitaba en el siglo XV el temible y aborrecido Nuno Freire de Andrade, apodado o Mao ( el Malo), al cual obligaron a huir los sublevados <<irmandiños>>, cuando se levantaron en armas contra los abusos de los señores feudales.
Pero algo anterior a esto fue lo acontecido a Vasco, el trovador amado por la hija Beatriz de don Nuno, a la cual este había castigado, encerrándola en su cámara para que no pudiera tener con el mancebo la más pequeña comunicación.
Pero el amor no se resigna a perder sus ilusiones y esperanzas, y el enamorado Vasco, aun exponiéndose a las iras del temible don Nuno, se consolaba cantando en la soledad, aunque procurando siempre aproximarse al castillo, con la ilusión de que su amada pudiese oírle o, por lo menos, intuir su presencia.
Y una tarde, habiéndose enterado de que la hermosa Beatriz se hallaba encerrada, prisionera de su padre, melancólicamente entono un nuevo cantar, acompañado por la música de su laud.

Ave que pasas cantando
al declinar de la tarde;
céfiro que jugueteas
entre el espeso ramaje;
limpio arroyo que cruzas
rumoroso por el valle,
acariciando las flores
con tus sonoros cristales,
id a mi bien y decidle
que aquí, solo con su imagen,
dando queda al libre viento
sentidos ayes su amante;
decidle, si, que sus penas
son la causa de mis males;
que en mis juramentos fíe;
que enjugue el llanto…. Que ame……

Don Nuno, que volvía hacia el castillo después de una tarde de caza, se quedó sorprendido y enojado al oír aquella canción y, dirigiéndose a él, le gritó:
¡Calla, bellaco! ¿por qué te atreves tú, de sangre plebeya, a alzar tus ojos hacia mi hija?
A lo que el joven respondió con dignidad y hasta con un punto de altivez. Perdón señor; la nobleza está en el alma, no en las venas de la sangre. Y la sangre se hereda, del alma de Dios sólo es padre.
A lo que el de Andrade exclamó colérico: ¡Miserable! Si no te arranco la lengua, es solo por no mancharme; pero aquí traigo un venablo y esto será lo que te haga callar.
Y se lo arrojó al infeliz trovador que, herido en el pecho, soltando el laúd, intentó con sus manos crispadas arrancar el arma que le había derribado sobre el césped, ahora teñido de sangre.
Don Nuno, sin dar mayor importancia al hecho, siguió camino del castillo con sus lebreles, comentando el lance con los monteros que le acompañaban.
Pero al llegar no fue derecho al postigo donde le esperaban sus pajes, sino que se dirigió a la puerta de la torre. Allí estaba encerrada Beatriz, su hija; allí suspiraba y lloraba la infeliz. Pero al ver a su padre ssale a su encuentro y, haciendo una reverencia, le dice:
¡Dios guarde a mi señor el conde, mi padre! Bienveenido sea el caballero que seguramente muy buena caza me trae.
Y don Nuno le responde con una risa sarcástica:
No lo sabes bien, hija mía; aquí te traigo…. Un lobezno que ambicionaba mi sangre.
Se vuelve entonces a sus servidores, haciéndoles seña de que se acerquen y muestra a Beatriz el cuerpo yerto y ensangrentado de su amante, el joven trovador.
¡Vasco! ¡Dios mío! Gritó Beatriz, arrojándose al suelo para besar el cadáver, cuyo rostro riega con sus lágrimas.
Aquella acción produce tal enojo al de Andrade, que, en un momento de obcecación y de locura, clava su espada en la espalda de su hija, atravesándole el corazón.
Y así mezcló su sangre con la sangre del amante de su hija Beatriz.

 Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega

sábado, 18 de julio de 2015

LA CUEVA DA CURUXA













LA  CUEVA  DA  CURUXA
La leyenda que voy a relatar hoy es tomada de un libro manuscrito, original de Vasco da Ponte, un cronista que cita en su curiosa obra muchos datos y hechos de diferentes  señores feudales de sus tiempos y aun de los anteriores a él. Esta leyenda, que se da como cosa real, y tal vez lo haya sido, se refiere a una cueva que llamaban <<A COVA DE CORUXA>>.
¿Dónde estaba, o dónde está <<A Cova da Coruxa>>? No lo sé ni lo dice la crónica referida. Pero el caso es que, según se contaba, en esa cueva había un gran tesoro, uno de esos tesoros ocultos en las entrañas de la tierra y guardados por los encantos o mouros gigantes que habitan en los castros y en las cavernas, por más que nadie los vea nunca.
Una vez – y ya van pasados de esto muchos años -, cierto fraile que era un gran nigromante habló de este tesoro a un hidalgo que se llamaba Álvaro Peres de Moscoso, señor del valle de Barcia y de Mens, y le dijo lo que había de hacer para adueñarse de tantas riquezas en oro y pedrería como allí estaban enterradas; él mismo se le ofreció para servirle de guía, si se hallaba dispuesto a darle parte de lo que pudieran recoger.
Don Álvaro accedió y, siguiendo los consejos del fraile, levó consigo treinta hombres entre escuderos y peones, todos ellos muy resueltos y valientes. Llegados a la boca de la cueva, clavaron en el suelo gruesas estacas de roble, a las cuales amarraron unas cuerdas gruesas y resistentes; los otros extremos de las cuerdas se los ataron por la cintura a don Álavaro, el fraile y algunos más de los que habrían de arriesgarse a penetrar en la caverna en busca del tesoro. Los otros peones con algunos escuderos quedaron fuera para ayudar, si fuese preciso, a los que allí se aventuraban.
Osadamente penetraron en la cueva, llevando grandes teas de encina y gruesos tizones encendidos para alumbrarse, y dagas o cuchillos de monte por si pudieran ser necesarios.
Habrían andado pocos metros cuando unas enormes aves, espantadas por la claridad de las teas, empezaron a revolotear alrededor de ellos, batiéndoles con las alas, acometiéndoles incluso a picotazos con sus fuertes defensas y arañándoles con las garras de tal suerte, que tuvieron los hombres que defenderse, empleando sus dagas y cuchillos, matando o hiriendo algunos de aquellos pajarracos que chillaban alborotando como condenados. Durante aquella lucha varias de las teas se apagaron y fue preciso encenderlas de nuevo; al cabo, pudieron seguir adelante por los tenebrosos corredores o galerías de la caverna, hasta que dieron con un obstáculo mayor.
Una gran corriente de agua les impedía el paso, un río caudaloso que atravesaba la galería de la cueva por donde caminaban. Pero no fue el río lo que les causó la mayor sorpresa; lo que les dejó asombrados y admirados fue lo que vieron al otro lado de la vena del agua. Como una gran sala, en un estado ricamente amueblado donde las piezas de oro y pedrería refulgían a la luz de las antorchas y teas, unas gentes extrañas, de una hermosura de ángeles, vistiendo largas y vaporosas túnicas de suaves colores, tañían instrumentos para ellos desconocidos y cantaban y bailaban con un ritmo gracioso y delicado.
Pero los expedicionarios no se atrevieron a intentar el paso del río, que era muy crecido y de corriente rápida; y después de pensarlo y discutir las posibilidades de la hazaña, acordaron irse, tanto más cuanto que las antorchas estaban casi consumidas y muy pronto quedarían a oscuras, corriendo gran peligro.
El fraile los alentaba para que siguieran adelante; pero en esto, empezó a soplar tan fuerte viento que apagó los fuegos y sintieron como un olor áspero y desabrido que les secaba la garganta. Entonces todos empezaron a tirar por las cuerdas que llevaban atadas a la cintura, con ansia de verse fuera de aquel antro para huir de la asfixia que le amenazaba. Algunos clamaban al cielo, creyendo que iban a morir; otros gritaban pidiendo socorro. Al fin, después de muchos tropezones y caídas al darse contra las salientes rocosas de las laderas de la caverna, consiguieron salir a la luz del día, tosiendo y jadeando como si aquel aire que les dio estuviera emponzoñado.
Y dícese que ninguno de ellos salió con vida de aquel año, a excepción del fraile, pero este perdió la vista.
Nadie más osó nunca intentar penetrar en la Cueva da Curixa. Pero ¿ sería cierto que existía aquel tesoro?¿Y qué gentes podían ser aquellas que vivían dentro de la cueva?
Eso nadie lo sabe cierto. Tampoco nadie sabe dónde está, o dónde estaba A Cueva da Curuxa. Tal vez fuera obstruida después del fracaso de don Álvaro Peres de Moscoso.

 Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega

viernes, 10 de julio de 2015

Reina después de muerta

















Reina después de muerta

La leyenda de una mujer que fue coronada reina después de muerta en realidad no es una leyenda, sino historia verdadera que tuvo lugar allá por el año 1355. Sucedió en Portugal; pero como la protagonista fue la muy noble gallega doña Inés de Castro, tenemos que considerarla como algo muy nuestro.
El hijo del rey de Portugal Don Alfonso IV, Don Pedro, se enamoró de doña Inés de Castro, una bellísima doncella, rostro angelical y una melena larga con el pelo dorado, hija de D. Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, que fue acompañando a la infanta de Castilla, doña Constanza, a Lisboa, cuando se concertó su casamiento con el príncipe portugués.
A don Pedro no le gustaba la infanta Constanza; amaba, en cambio, intensamente y tiernamente a doña Inés, hija del conde de Lemos. Mas los amores de don Pedro con doña Inés no fueron gratos a los cortesanos y magnates de la corte de Lisboa, los cuales intrigaron con el rey para que los impidiera; y más que nadie se oponían porfiadamente. Había dos que sobresalían entre todos y estos eran Coello y Diogo Lopes Pacheco, que llegaron hasta amenazar al rey con una revolución popular. Ellos querían la unión con Castilla, esperando así alcanzar mayores ventajas y dignidades de aquel reino, aun cuando el propio reino portugués perdiese parte de su independencia.
Doña Inés era, como ya he dicho, noble; de sangre real, de la gran casa de Lemos, una de las primeras de Galicia. Y el príncipe don Pedro, a pesar de los consejos y represiones de su padre, no quiso abandonar a su amada doña Inés, con la que se caso secretamente, como prueban los documentos encontrados de la época, y de la que tenía tres hijos.
El príncipe juró que si él llegaba algún día a ser rey, doña Inés sería reina de Portugal; en verdad, para serlo tenía cualidades de nobleza e inteligencia, como tenía también una belleza extraordinaria, y el amor, para el rey y para el país donde vivía entonces.
Pero los cortesanos porfiaron en sus campañas en contra de la noble gallega, así como de su esposo el príncipe don Pedro. Y lograron al fin convencer al rey de que lo mejor era matar a doña Inés para terminar con aquellos amores que –decían—perjudicaban al país. El rey se resistía, sin embargo; pero tanto insistieron los consejeros que la trágica muerte de doña Inés fue consumada. El mismo Diogo Lopes  Pacheco la atravesó con su espada ante los hijos de la desdichada, estremecidos de horror.
El dolor de don Pedro fue desesperado y profundo. Tanto, que con sus partidarios, que eran muchos, hizo la guerra a su padre el rey.
Cuando, después de muerto Alfonso IV, le sucedió don Pedro, lo primero que hizo fue prender y ajusticiar a los que asesinaron a su amada doña Inés. Dícese que él mismo, con sus propias manos, arrancó el corazón del pecho de aquel traidor Diogo Lopes Pacheco y presenció la muerte de los demás que contribuyeron a que el crimen se realizara.
Después que doña Inés fue vengada, ordenó desenterrar su cadáver y en la iglesia catedral, en presencia de toda la nobleza y de una masa popular inmensa que rodeaba la basílica, doña Inés fue coronada reina de Portugal.
Así fue como una mujer desdichada recibió el homenaje de un pueblo, coronada reina después de muerta.
Don Pedro I de Portugal fue llamado por la nobleza <<EL CRUEL>>; todo porque castigó a aquellos que habían cometido un crimen tan vil y porque tenía más consideraciones con la gente del pueblo, que lo veneraba, que con los intrigantes y ambiciosos hidalgos que más atendían a su medro personal que a los intereses y conveniencias reales del país.
Una coincidencia extraña es que también don Pedro I de Castilla, llamado igualmente <<EL CRUEL>> por algunos motivos análogos, se casó con doña Juana de Castro, hermana de doña Inés. Esposa de un día fue doña Constanza.
Estas dos hermanas, nobles y bellísimas, son como una representación de esta nuestra tierra Galicia.
En esta tragedia se inspiró nuestro querido maestro Fray Jerónimo Bermúdez para escribir la obra de Nise lastimosa.   Y el escritor español Luis Vélez de Guevara dio luz con este mismo tema a su obra Reinar después de morir.

 Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega