sábado, 16 de abril de 2016

EL BUEY MUGIDOR










EL  BUEY  MUGIDOR

En una laguna que hay en el lugar llamado Reirís, perteneciente al ayuntamiento de Santa Eugenia de Rivaira, dícese que fue sumergida una antigua ciudad. Varias leyendas se cuentan acerca de ella; una de ellas es la conocida por «O boi bruón>>, o sea <<El buey mugidor>>, que hoy voy a relataros.
Algunas veces, al pasar cerca de la laguna del Carregal, pueden oírse los bramidos, más que mugidos, de un buey colosal que parece estar sumergido bajo las aguas; y aun se cuenta que en la superficie pueden verse unas burbujas como un ligero borbollar, como si al respirar el animal saliese a la superficie el aire expulsado por sus potentes pulmones.
A esta leyenda se refiere el licenciado Molina en su libro Descripción del Reino de Galicia, publicado el año 1550.
Se cuenta que, allá por tiempos muy remotos, había en aquel lugar un palacio real, y alrededor de él, las casitas de los siervos; y se llamaba aquella población la ciudad de Reirís.
Toda la gente quería mucho a la hija del rey, que era muy sabia, buena y hermosa. Ella ayudaba a los pobres y les daba de comer, no de las sobras de las comidas del palacio, sino de los mismos manjares que para las gentes del palacio se cocinaban. Y atendía y ayudaba a los enfermos; y enseñaba a los niños muchas cosas, como cuentos, adivinanzas y juegos.
El invierno era muy frío y de muchas nieblas y heladas; y un día de aquellos de muy crudo invierno, llegó al palacio del rey un moro muy bien portado, pero que iba aterido por el frío. Y la hija del rey se apiadó de él y le dijo que entrara y que se calentara al fuego de su chimenea, en la cual ardía una buena fogata de leña de roble. Y después le dio de comer y de beber.
Aquel moro se enamoró de la princesa y le dijo que quería casarse con ella porque, además de ser lindísima, tenía muy buen corazón. Pero el rey repuso que no quería nada con moros, que eran gentiles y mágicos, y que su hija se guardaba para un príncipe que fuese blanco y rubio como ella y que fuese también leal y valiente y supiese manejar la espada y la lanza, sin usar de ardides ruines ni de encantamientos.
Tomó muy a mal el moro esta respuesta; pero dijo que también quería saber lo que la princesita decía de todo aquello.
Y la princesita le replicó que una cosa era ayudar a quien lo precisara sin mirar quién era, y otra entregarse sin amor a un hombre que ni por la alcurnia, ni por la gentileza, era pana emparejarse con ella. Porque la verdad es que aquel moro ni siquiera era joven.
-¡Os ¿arrepentiréis! -bramó el moro irritado. Y con la misma se levantó y salió del Palacio.
Pero entonces empezó a temblar la tierra y el palacio a moverse como los árboles cuando sopla el viento fuerte; y toda la gente, horrorizada y llena de miedo, huía. Y en la pequeña ciudad también la gente huía empavorecida porque las casas se derrumbaban y las fuentes brotaban tan enorme caudal de agua, que corría por las calles como los grandes arroyos originados por las grandes lluvias de invierno.
Y el rey, al huir con su hija en un caballo, vio que el moro contemplaba, desde un peñasco que había en una altura del monte, toda aquella ruina, y se reía de todo aquel mal que había provocado como una burla cruel para vengarse de ellos. Y entonces el rey empuñó la espada y dirigió su caballo a todo galope hacia el moro, que, con el gozo de lo que veía, estaba despreocupado. Pero, cuando oyó el galopar del corcel, sintió miedo y pretendió huir; y, como ya no era joven, no podía correr y entonces se convirtió en toro; pero el rey con su caballo le fue atajando todas las vueltas e, impidiéndole las salidas, y le obligó air hacia la ciudad ya medio sumergida. Y la princesa, arrojando sus joyas a la laguna que iba cubriendo las ruinas de la ciudad, pidió ayuda a sus buenas hadas diciendo:
-¡Ayuda os pido, mis buenas hadas! ¡Que ese moro traidor y malvado no salga jamás de las ruinas y de las aguas que causó con su maldad y que pene para siempre en lo más hondo del lago !
EI moro, sin perder la figura de toro, fue sumergiéndose en el agua y empezó a dar grandes saltos para tratar de escapar; pero, en vez de salir afuera de la laguna, más y más se metía en ella hasta que, bramando de pavor, desapareció entre las aguas.
El rey, la princesa y la gente toda, que afortunadamente pudieron salvarse de aquella destrucción, se fueron de allí con sentimiento por los bienes perdidos, puesto que dejaban cuanto habían tenido.
Pero asentaron en otro lugar y pronto establecieron una nueva ciudad, aun cuando no se sabe con certeza cuál es de las villas que existen por los alrededores de la laguna.
Y, por lo que hemos narrado, dícese que se oye en ciertos días cómo sale de aquellas aguas el bramido del toro en ellas sumergido.
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega

sábado, 9 de abril de 2016

EL PUENTE DE RUZOS O PUENTE DEL PASATIEMPO










EL PUENTE  DE RUZOS O PUENTE DEL PASATIEMPO
Puente situado en el barrio mindoniense de Os Muiños sobre el río Valiñadares, conocido antiguamente como "Ponte dos Ruzos". Fabricado con cachotería pizarrosa y sillería granítica en los remates, consta de un arco de medio punto.
Sabido es que a la muerte de Enrique IV los nobles se dividieron en dos bandos: unos se pusieron a favor de doña Isabel y otros de doña Juana, la hija del rey. En Galicia tenían más fuerza los que defendían los derechos de doña Juana; eran, principalmente, el conde de Lemos, el de Sotomayor y el mariscal Pedro Pardo de Cela. Partidario de doña Isabel fue eI señor don Diego de Andrade y algunos amigos suyos.
Los Reyes Católicos enviaron a Galicia, de acuerdo con el de Andrade, una fuerza de trescientos jinetes al mando de cierto aventurero francés, el capitán Mudarra, y con él al bachiller García de Chinchilla y al señor Ladrón de Guevara como gobernador de Galicia, con la orden de <<hacer justicia>>; aquella justicia que, según el cronista de los reyes, suponía <<tanta severidad en los jueces, que ya parecía crueldad, y era entonces necesaria y por eso se hacían muchas carnicerías de hombres>>.
La lucha continuó, a pesar de ello, en el transcurso de cerca de tres años, hasta que, viendo difícil vencer a los poderosos señores que no acataban a doña Isabel y don Fernando, los partidarios de estos acudieron a la traición y pudieron así dominar a sus contrarios. Al conde de Camiña, señor de Sotomayor, lo mataron. El de Lemos murió de viejo. La conquista de la fortaleza de la Frouseira, del mariscal Pardo de Cela, se había encomendado al capitán Mudarra: este, no consiguiéndolo, levantó el cerco. Aprovechó el francés la ocasión en que el mariscal salió del castillo con sus parciales, dejando aquel encomendado a la confianza de veinte de sus criados; estos correspondieron tan mal a ella, que se vendieron al enemigo.
Gracias a ello, Pardo de Cela fue preso por las fuerzas de Mudarca, y Fernando de Acuña, en una casa de Castro de Ouro, <<con moitos fidalgos e labradores onrados que con él estaban>>, el 7 de diciembre de 1483.
Y según la <<Relazón da carta executoria>>, tal fue el horror y la indignación con que el país miró a los que lo vendieron, que hubo de marcarlos con la nota infamante de perjuros y declararlos a ellos y sus descendientes inhábiles para testigos en cualquiera información. Pardo de Cela había sido juzgado anteriormente en Santiago por un tribunal, acusado por varios testigos de la localidad y otros puntos muy distantes de Mondoñedo, como un muy poderoso señor y bandido, que asaltaba y mataba, <<según habían oído decir>; pero el mariscal fue condenado a muerte en garrote.
Cuando doña Isabel de Castro, esposa del mariscal, supo la triste noticia de la prisión, decidió presentarse a la reina en demanda de clemencia y partió en seguida camino de Valladolid.
Pero el obispo de Mondoñedo, que odiaba al mariscal porque este no había querido entregarle algunos bienes de su mujer que le donó el tío de esta don Pedro Enríquez de Castro, anterior obispo de la diócesis, envió a su vez emisarios para que no se otorgase el perdón real a Pardo de Cela.
Le corría por consiguiente prisa al obispo de Mondoñedo la muerte de Pedro Pardo, por si la señora doña Isabel de Castro llegaba con la gracia concedida por la reina, y logró adelantar el suplicio.
Pero el día señalado para la ejecución llegaron noticias de que doña Isabel venía con el perdón y cabalgaba apresuradamente acuciada por el ansia de esposa y de madre que sabe en peligro la vida de los dos seres queridos; porque también su hijo, joven de veintidós años, estaba preso junto con el mariscal.
Entonces el obispo imaginó un medio para que el perdón no llegara a tiempo, envió a la entrada de la ciudad a algunos de sus canónigos, que aguardaron la llegada de la desdichada señora y allí la detuvieron, entreteniéndola con mil habladurías engañosas.
La atribulada señora quería seguir adelante; pero ellos le aseguraban que nada tenía que recelar y continuaron con su porfiada conversación. Entretanto, en la plaza de Mondoñedo el mariscal y su hijo eran entregados al verdugo, que les cortó la cabeza.
Las nobles cabezas rodaron por el suelo, y las campanas de la catedral doblaron a muerto. Fue entonces cuando la aterrorizada condesa pudo entrar, ya demasiado tarde, en la ciudad.
Pardo de Cela y su hijo, degollado con él, fueron enterrados en la capilla mayor de la catedral.
Y desde entonces los vecinos llaman a aquel lugar donde tuvieron entretenida a doña Isabel de Castro <<A Ponte do Pasatempo>>.
Santiago  Lorenzo   Sueiro
Presidente de Alianzagalega
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domingo, 3 de abril de 2016

EL SITIO DE LUGO POR ALMANZOR











EL SITIO DE LUGO POR ALMANZOR

Hay en Galicia algunas leyendas de fondo histórico o que se refieren a personajes que han tenido una existencia real en nuestra historia.  Algunas de ellas podemos decir que son tragedias acontecidas a personas reales, cuyo fin desventurado alcanzó caracteres de leyenda, porque su recuerdo fue transmitiéndose tradicionalmente. Otras, como la que voy a referiros ahora, no son, por fortuna, del mismo carácter.

Dícese que, allá por el año 997, llegó Almanzor, el célebre caudillo mahometano, en una de sus incursiones por tierras de Galicia, ante la ciudad de Lugo, que cerró las puertas de sus murallas y se aprestó a la defensa.

Varios intentos de las tropas musulmanas para escalar los recios muros tropezaron con la valiente y firme resistencia de los lucenses, que infligió grandes pérdidas a los invasores. Pero el jefe moro se propuso entonces disponer el cerco de Lugo y rendirla por el hambre, pues de ninguna parte podría la ciudad recibir provisiones.

Empezó el sitio y fueron pasando los días con el consiguiente miedo de los sitiados, que veían llegar un final desastroso, pues se iban agotando las vituallas sin tener medio alguno de reponerlas, ni tampoco fuerzas bastantes para intentar una salida que, trabando lucha con el ejército que los cercaba, enormemente superior, pudiera proporcionales la victoria.

Pero a uno de los hidalgos que comandaban a los defensores se le ocurrió un ardid que pudiera quizá favorecerlos. Acercándose a las almenas de la muralla, gritó llamando la atención de los sitiadores; y cuando vio que algunos acudían para ver si los de la ciudad deseaban parlamentar, les grito que quería hablar con su jefe acerca de algo que había de interesarle mucho.

Cuando Almanzor acudió al pie de la muralla, el conde le habló así:

-Gran guerrero que haces ondear en tu tienda el verde pendón del Profeta, ¿por qué estás perdiendo el tiempo ante nuestra ciudad? ¿Qué esperas? Nosotros somos pocos ante tu poderoso ejército; pero podemos resistir el cerco todo un año, puesto que tenemos alimentos bastantes. Entre tanto, han de llegar tropas en nuestra ayuda, que ya sabemos que se están concentrando y armando no muy lejos de aquí. Y para que veas la verdad de lo que te digo, ahí te va una muestra, que puede ser precises tú más que nosotros.

Y cogiendo un cordero que se había hecho llevar hasta allí, de los pocos que ya quedaban en la ciudad, lo tiró desde la muralla a los pies del caudillo musulmán mientras otro conde compañero suyo volcaba una canasta de panes.

Los moros veían asombrados cómo aquellos hombres tiraban así fuera de las murallas lo que ellos creían que les faltaba ya para alimentarse.

Y viendo esto, y convencido Almanzor de que nada lograría con el cerco de la ciudad, ordenó enseguida el levantamiento del campo y las tropas mahometanas reanudaron su marcha hacia otro lugar, creyendo que , tal vez, si esperaban allí la llegada del ejército a que se había referido el conde cristiano pudieran verse comprometidos.

Así se vio libre la ciudad de Lugo y evitó el caer en poder de sus sitiadores.

Y hay quien dice que de aquel hecho le vino al conde el blasón y nombre de Bolaño, o sea de bolo (pan) y año (cordero).

El pintor gallego Modesto Brocos dejó un magnífico cuadro que representa esta famosa «Defensa de Lugo». Sin embargo, la Historia no dice nada de aquel episodio, o por lo menos yo lo desconozco.


Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega