sábado, 31 de octubre de 2015

LA LEYENDA DE SAN ANDRES DE TEIXIDO

















LA LEYENDA DE SAN ANDRES DE TEIXIDO (2)

En el ayuntamiento de Cedeira, partido judicial de Ortigueira, y en la escarpada sierra de la Capelada, por la parte que desciende hasta el Atlántico, en una ribera inabordable por el constante batir del agitado mar, hay un santuario famoso en Galicia, al que acuden las gentes de toda la región y aun muchas de León y Asturias.
Este santuario es el de San Andrés de Teixido, al cual, según la conocida frase legendaria, <<vai de morto o que non vai de vivo>> (<< va de muerto el que no va de vivo>>).
Hoy es relativamente fácil el acercarse allí, porque los automóviles van ligeros y pueden ir hasta Chimper, pequeña aldea al pie de la montaña, que es preciso subir andando y después recorrer un buen espacio por la cumbre para descender al fin por el declive de la parte opuesta; pero antiguamente, las gentes de lugares lejanos tenían que hacer grandes caminatas, e iban en grupos con un guía que les enseñase el camino y los sitios apropiados para pasar la noche, si esto se hiciese necesario por ser de aldeas o villas muy lejanas.
Y como aquellos que no pudieran haber hecho la romería de vivos tienen que hacerla después de muertos, hay la creencia de que las alimañas, reptiles, etc., sirven de vehículo para las almas que hacen en el cuerpo de un lagarto, una serpiente o una garduña la obligada visita a San Andrés de Teixido.
Y por esto nadie hacia el menor daño a ningún animalucho que encuentre en su camino cuando va hacia la romería.
La leyenda del porqué de esto es la siguiente:
El santo apóstol San Andrés, que se encontraba en aquel apartado rincón, aislado y solitario, andaba casi siempre triste, sabiendo que grandes peregrinaciones de todas las partes del mundo cristiano acudían a Santiago de Compostela para hacer oración ante la tumba del Apóstol Santiago, a pesar de las penalidades que tenían que sufrir. En cambio, su santuario se veía vacío, por más que él hacía también milagros y sanaba enfermos, que serían incurables sin su ayuda protectora.
Y dice la leyenda que el buen San Andrés recorría los caminos melancólicamente; diríamos que malhumorado si no fuese santo; en fin, si no malhumorado, muy contento no debía andar tampoco.
Un día, durante una de las largas caminatas en que iba cavilando en su poca suerte, se halló repentinamente ante Nuestro Señor Jesús Cristo, que había venido a nuestra tierra para ver cómo andaban las cosas.
Al verlo, el Señor le preguntó: -¿Te veo triste, Andrés; ¿qué es 1o que te pasa?
Y San Andrés, aprovechando la ocasión, le respondió: -Divino Maestro: ando triste porque veo que de todo el mundo vienen gentes a visitar a tu discípulo Sant.Yago, que está en buena tierra y tiene buenos caminos para llegar hasta él; y sufren y padecen durante los largos días de las lejanas jornadas que dura su romería...--y con toda humildad, añadió--: En cambio, nadie llega hasta mí; mi santuario está siempre vacío, como si yo no fuese también vuestro discípulo, no menos fiel y celoso del bien de todos los hombres.
Nuestro Señor, compadecido y mirándole con cariño, le dijo entonces: -Dices bien, Andrés, y tú no has de ser menos que Jacobo. De hoy en adelante te prometo que nadie entrará en el cielo sin que haya visitado tu santuario, por lo menos una vez en la vida; y aquel que no lo hiciere de vivo tendrá que hacerlo después de muerto.

Y así fue, y por eso se dice:

A San Andrés de Teixido,
vai de morto o que non vai de vivo.
(A San Andrés der Teixido,
Va de muerto el que no va de vivo).
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega

viernes, 23 de octubre de 2015

LA VIRGEN DE SANTA BAIA DE BANGA

















LA  VIRGEN  DE  SANTA  BAIA  DE  BANGA

Vivía en Carballino (nombre heredado del lugar. Los investigadores que se han ocupado de conocer la génesis del topónimo coinciden en esto, aunque discrepan en su origen. Parece prevalecer, sin embargo, la teoría del apelativo cariñoso, que en Galicia suele ser un diminutivo, como referente último. Según esto, O Carballiño, indicaría afecto hacia ese lugar poblado de carballos), allá por los años 1125, un muy famoso artista, llamado maestre de Sobrado, al cual se le había encomendado que labrara las imágenes de piedra que decorarían el pórtico románico de la iglesia de Santa Baia de Banga, que se estaba construyendo por aquel entonces.
Aquel hombre tenía una hija, hermosa muchacha de dieciocho años, a la que quería con locura; en ella juntaba el amor de padre con aquel otro amor que sentía por su mujer, fallecida hacía pocos años.
Mariña, la hija del maestre de Sobrado, era una muchacha muy casta y muy linda. Y un hidalgo, que las malas lenguas dicen de la familia del señorio de Veloso, que se cruzó con ella una mañana en una de las calles de la ciudad, se la quedó mirando con gran embeleso ante su belleza. Pronto se despertó el afán del joven caballero por conseguir el amor de aquella criatura; pero ella, modesta, juiciosa y cauta, no admitió los galanteos del hidalgo y se negó a sostener relaciones amorosas con é1, comprendiendo que, dada su desigual posición, era imposible que aquel hombre llegara a casarse con una joven tan humilde como ella.
Pero aquella negativa encendió más el deseo del mozo hidalgo, que, después de repetidos intentos sin conseguir lo que pretendía y no pudiendo vencer la resistencia de la muchacha, se valió de sus criados para sorprenderla una noche y llevársela a un pazo de las cercanías de la ciudad, donde logró poseerla; y allí la tuvo prisionera unos días, hasta que se aburrió, cansado de las constantes quejas y sollozos de la cuitada, que se mostraba siempre hosca y desabrida para con é1, y la expulsó de la casa.
Cuando Mariña se vio libre, intentó encaminarse a casa de su padre; pero, avergonzada y temiendo el furioso enojo que el viejo santero pudiera sentir contra ella por haberle abandonado, en la creencia de que esto pudiera ser por propia voluntad, no se atrevió a volver. Y vagó por los arrabales de la ciudad, por las calles apartadas, sirviendo como amante ocasional de traficantes, arqueros y marineros, que la maltrataban y se burlaban de la infeliz.
La hija volvió, al fin, un atardecer a la casa de su padre, el viejo maestre de Sobrado. Iba extenuada, flaca y melancólica, sin color en los labios y sin brillo en los ojos. Llamó a la puerta suavemente, con miedo, y cuando el padre fue a abrir cayó de rodillas ante él, suplicante y llorosa, diciendo:
-Perdonadme, padre mío; perdonadme, aunque después caiga muerta a sus pies.
-Levántate, hija -respondióle el padre, mientras el llanto acudía a sus ojos, resbalando las lágrimas por sus arrugadas mejillas-. Y gracias a Dios que te has acordado de tu padre y confiaste en é1.
Y cuando la muchacha se irguió, la acogió en sus brazos y la besó con amor.
-¡Dios le bendiga, padre! Ahora, ya puedo morir en paz.
-¡Morir, no, hija! Mi mayor felicidad es tenerte a mi lado; no creía volver a verte más en mi vida.
-He sido ultrajada, escarnecida, despreciada. Sufrí golpes y hambres... ¡Sólo usted, mi padre, se apiadó de mi, cuando era el que podía maldecirme!
-Un padre debe saber perdonar y acoger con amor a sus hijos en desgracia; porque no hay amor como el que se tiene a los hijos. Y aún haré más –añadió- : todos los qué te han hecho daño, todos los que te han maltratado y escarnecido, vendrán ante ti para reverenciarte y postrarse a tus pies... Y tú vivirás más que ellos, porque serás eterna.

Y así fue. Porque la Virgen en piedra que figuró en el pórtico de la Iglesia de Santa Baia de Banga,  era la imagen, la bella imagen, llena de serenidad y dulzura, de la hija del maestre de Sobrado que la esculpió.

Esta imagen fue llamada La Virgen de Piedra, por estar situada en la portada del templo. Hoy se conserva en la primera capilla, entrando a la izquierda, de la nave central.
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega

sábado, 17 de octubre de 2015

FABIAN , EL ESCUDERO LOCO DE AMOR















FABIAN , EL ESCUDERO LOCO DE AMOR

En viejos romances del camino de Santiago corría de boca en boca la triste historia de Antia, la celebrada doncella gallega. Tan gallarda era su figura, tan peregrina su belleza, que llegó a ser envidiada por todas las doncellas.
Tenía su morada en las bellas alturas del monte de Fisterra “Finisterre”. Su rústico albergue parecía como un nido colgado en las crestas de la montaña, para sustraerse a las miradas y a la ambiciones esas aves rapaces, embaucadoras, que se llevan a las muchachas guapas.
Hasta el rústico hogar de la doncella llegó un día el señor de Souto, señor de estos dominios de Fisterra y se quedo deslumbrado ante la extraordinaria belleza de la joven.
Desde aquel día se acrecentó su fama y corrió como fasta noticia por todo Fisterra. Una condición tenía la moza que contrastaba con lo humilde de su linaje: su natural altivo y desdeñoso. Antia vivía continuamente asediada de amores por muchísimos hombres y otras tantas sembró el dolor y la decepción en sus amantes.
- ¿A quién amará Antia?, se preguntaban intrigados los zagales.
¿Para quién será el corazón de aquella belleza hija de las montañas? Guarecida a las faldas del faro siempre entre la niebla y las rocas.
La sorprendente nueva no se hizo esperar mucho tiempo. Uno de los más aguerridos vasallos del señor de Souto, Fabian, su escudero, había enloquecido por Antia. Antia esquivaba su cariño; repudiaba su pasión local, desenfrenada. Repelía al escudero, el de la tez altiva y morena y los brazos recios como robles.
Enloquecido por el dolor de verse desdeñado, una tarde mientras los horizontes se teñían de sangre y el sol moribundo plateaba las aguas da Costa da Morte como una riera de luna en una noche de misterio, se vio que Fabián, en el borde del precipicio del faro, agitaba sus brazos como banderas en la premura.
Arqueando el cuerpo hacia delante, hundió la cabeza sobre el pecho y partió veloz hacia el abismo.
La noticia del trágico suceso no tardó en extenderse por todas partes. Las mujeres, culpaban su egoísmo, y a sus desdenes atribuían la muerte del pastor.
Un día Antia desapareció, nadie sabía cuál había sido el destino de la doncella. Sólo un anciano que una mañana la había visto descender de las cumbres y caminar como una sonámbula hasta las orillas del mar, estaba en posesión del secreto. Qué no la buscasen, más parecía decir sus labios fríos y trémulos plegados para siempre y el anciano aquél nunca contó todo.
Una semana al brillar los primeros destellos del sol, vio que Antia se arrojaba al abismo, y después de luchar con el bravo oleaje, una ola alegre y corretona como un niño, se la llevo mar adentro.
Era época de pesca, de la sazón y de la riqueza de los mares, eran los días de placidez y de luz, pero de repente todo se sumió en sombras y lágrimas... Antia había aparecido muerta sobre las arenas de la playa, la había matado un remordimiento muy hondo. El señor de Souto mandó que se cantasen tristes foliadas; que se encendiesen luminarias en el faro, y que los más fornidos mozos, como era costumbre en los días aciagos, azotasen con sus largas varas las aguas del océano. Mandó también que se ungiese su cuerpo con los más olorosos perfumes, que no en vano era la flor más preciada de la comarca.
Al cabo de los años cuando algún nocturno caminante cruzaba las cumbres del faro, oía un lamento extraño escalofriante, deteniéndose acongojado. Era una voz débil, apagada, dolorida, que se aparecía surgir del fondo del mar. Era aquel mismo clamor de súplica, de pena, de trágica agonía que tantas veces balbucearan los labios febriles de Fabian, el loco: "Antia... hermosa Antia".
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega