sábado, 30 de mayo de 2015

Leyenda : MUNIA Y BERNALDO















Leyenda :     MUNIA Y BERNALDO

En Santaia de Logrosa, Negreira, existe aún, restaurado el antiguo pazo o castillo de Chancela, que data del siglo XIV.
La leyenda que a este viejo solar se refiere relata una de tantas tragedias de la vida azarosa y terrible de aquellos tiempos.
Una noche, los amplios salones de la torre del castillo de Chancela estaban iluminados por las antorchas que irradiaban su luz a través de los ajimeces encristalados, en lucha con las primeras tintas del alba que se iban extendiendo por el cielo.
En la plaza de armas de la fortaleza los guerreros formados, vistiendo sus arneses de batalla, esperan la presencia del señor para emprender su viaje al campo de de batalla contra los sarracenos.
El jefe de la hueste, señor del castillo, abraza por última vez a su esposa, cuyos negros ojos lloren la amargura de la despedida:
¡Que noche! ¡Noche terrible, noche maldita, que ha traído ya el nuevo día que se llevará a mi esposo! ¿Lo volveré a ver? ¿Volveré a galopar por mis tierras al lado de mi Duarte amado?
Pero es preciso acudir a la llamada real. El caballero, ayudado por su esposa, ciñe el talabarte del que prende el mandoble; se encasqueta el yelmo empenachado y, por el hueco de la visera aún no calada, besa por última vez a su mujer y a su hijo, que tiene en brazos el ama Munia, también llorosa porque su marido el fiel Bernaldo, acompañará al señor en las peligrosas jornadas que los esperan.
Poco después, por los recios tablones del puente pasan los guerreros, con ruido de acero y pisadas de caballos. Todos van hacia el peligro de la guerra. ¿Cuántos volverán?
Para las esposas que aguardan siempre temerosas e impacientes, pasan los lentos días, cargados de presagios, de pensamientos tristes, entre la esperanza y el temor. Pero a pesar de todo, el tiempo va pasando en su caminar infinito.
Munia, el ama de cría que, como su señora doña Mayor, padece los mismos insomnios, los mismos temores, iguales inquietudes, acostumbra a salir al campo para que el pequeño respire aire puro; para que pueda dar sus primeros pasos en libertad, cogiendo flores campestres, viendo como corren las aguas del rio, llevando consigo las hojas caídas de los árboles; creciendo y robusteciéndose con el ejercicio.
Pero un día, los resplandores del cielo anuncian tormenta. De pronto se cubre la bóveda celeste y retumba el trueno entre la descarga del aguacero. Huyen los pájaros a refugiarse en sus nidos, el viento silba entre las breñas y loa árboles se agitan, azotados por el vendaval. Munia, empavorecida, no se atreve a emprender el regreso al castillo y se acurruca entre los árboles que bordean el río; abraza al pequeñuelo sentado en su regazo, tratando de ampararlo. Pero de pronto, un trueno formidable retumba; parece que revienta en su propio oído. Despavorida, estremecida, quiere incorporarse y abre inconscientemente los brazos. Un grito terrible resuena entre el fragor de la tormenta. El niño se le ha ido de entre sus brazos y va a parar al río; cae entre las aguas, que huyen en rápida corriente, llevándose a la criatura. La mujer, enloquecida, grita llamando al pequeño que ha desaparecido entre las turbulentas aguas.
No habrá piedad para esta pobre mujer …. ¿Quién habla de piedad a una madre que pierde a su hijo? ¿Quien, en aquellos tiempos, podría esperar perdón para un pecado de descuido, que es causa de la muerte de un ser tan querido? La madre acongojada se convertirá en juez implacable y castigará a la infeliz que amamantó a su hijo para, al final, ser causa de su muerte….
El conde vuelve al castillo. Ya ha llegado Bernaldo, el fiel sirviente que le acompañó a la guerra, y se ha anticipado para traer las gratas nuevas del regreso feliz a su señor.
Pero al abrazarse Bernaldo con su mujer Munia, huida desde la aciaga tarde, oyó de sus labios la relación de la desgraciada muerte del hijo de los condes. No, no habrá perdón; él conoce bien todos los resortes, todos los pensamientos de su gran señor, él sabe de memoria la leyenda de todas las venganzas; él aspiró allí, en el castillo, el olor de la sangre de todas las justicias……
Un gran señor no perdona, un gran señor tiene el corazón como el cuerpo, recubierto por una férrea coraza que no cede ante las súplicas.
A aquella cabaña donde huyó Munia buscando asilo para esperar a su marido llegarán en breve los emisarios de una venganza implacable.
Huyamos, Munia; pero ¿adónde? Los sabuesos del conde nos cazarán como fieras…..
Gente armada se aproxima. La puerta de la choza es derribada a golpes. Bernaldo desenvaina su daga, decidido a vender cara la vida de su esposa. Pero su ánimo desfallece y envaina de nuevo el acero.
De pronto, una idea brota en su cerebro y llama aparte al jefe de la tropa. Habla con él, discuten ambos en voz baja, y al fin logra convencerle, entregándole una bolsa de monedas.
Bernaldo, que había solicitado la gracia de pagar él el daño causado involuntariamente por su mujer, se arrodilla ante el cepo, sobre el cual pone su cabeza. Pero, mientras el verdugo levanta en alto el hacha, Munia, con un rápido movimiento, se tiende al lado de su marido; júntanse las cabezas, unidas en un beso postrero, que es cortado al segar el hacha de un solo golpe los cuellos de ambos esposos.
Fueron enterrados los dos cadáveres al borde de un camino que pasaba ente un pinar. En aquel lugar nacieron dos pinos que fueron creciendo juntos, y cuando el viento soplaba, agitando las copas quejumbrosas con un canto de airada protesta, los dos pinos, un poco apartados  del grupo que formaba el pinar, se unían como en un abrazo de amor y de recuerdo de aquellas dos víctimas que yacían entre sus raíces.

Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega

sábado, 23 de mayo de 2015

Leyenda de LA BUXERANA















Leyenda de LA BUXERANA

Esta leyenda es de Muxía, donde está a pedra de abalar ( roca movediza) y la Virgen de la Barca , me llegó del buen amigo e mejor poeta gallego Gonzalo López Abente, fallecido por el año 1963.
Una vez, hace muchos pero muchos años, tantos que aún no habían nacido los abuelos de nuestros bisabuelos, llegó al lugar que hoy se llama Dous Castelos ( Dos Castillos), en donde sobre un castro celta había un castillo de altas torres y paredes ciclópeas, llegó digo un trovador aventurero llamado Buserán. En él moraba el más poderoso señor de las tierras de Nemancos y Soneira, que dominaba sin que nadie le pudiera contrariar desde la ribera del mar hasta toda la orilla del rio Xallas ( Que en su desembocadura, en Ezaro, esta tal vez una de las cascadas mas bonitas de Gallicia ).
Este caballero tenia una hija llamada Florinda, joven, linda, rubia, gentil y muy buena, cuya fama había traspasado los límites del señorío de su padre, habiendo llegado a los mas apartados rincones, montañas y a los salones de las mejores casas señoriales del reino de Galicia. Esta jovencita era huérfana de madre y vivía en compañía de una aya un poco mayor, que era parienta del padre de la hermosa jovencita. Este, pasaba largas temporadas ausente, dedicado a empresas guerreras contra los moros ( habiendose unido al Temple y ser aceptado por ser viudo ). Pues bien, en una de estas ausencias del señor del castillo fue cuando llego el trovador aventurero.
Este, joven esbelto, rubio, de ojos soñadores y porte señorial, acompañado de su laúd que llevaba siempre prendida a la espalda, cantó una noche al pie de las murallas del castillo, una cantiga de amor, tan suave y melancólica, que arranco lagrimas a todos los habitantes del castillo y hasta las estrellas del cielo ocultaron sus parpadeos tras las nubes viajeras, que comenzaron a derramar menudas gotas de orballo ( gotas muy pequeñas como rocío ).
Esta canción abrió al trovador, no solo las puertas del castillo que también en par en par las del corazón de la joven Florinda. El amor surgió fuerte y dominador, soldando y quemando las almas de los dos jóvenes. Felices pasearon su idilio por aquellos campos y peñascales. Frente al mar el garrido trovador, improvisaba canciones, la joven, oia transportada a las regiones de encanto y quimera.
Pero todo en esta vida tiene un fin. Los enamorados fueron traídos a la realidad con la llegada del padre de la joven, que, al saber de aquel amor, rompió con mano de hierro el lazo que les unía. Buserán fue expulsado del castillo y Florinda encerrada en sus aposentos.
La joven pudo aún oír algunas noches las canciones de su amado; pero después de algún tiempo dejo de oírlas y en vano escuchaba en el silencio. Nunca más la voz querida llegó en el encierro a sus oídos.
Pasados muchos meses y recobrada la libertad, oyó a un pastor referir cómo el trovador, en una noche de tormenta, había sido arrojado por los servidores del castillo a las negraas entrañas de una profunda cueva en la Costa Alta.
Florinda enloqueció y desde entonces vagaba por las orillas bravas de la costa, buscando a Buserán. Un fiel servidor la seguía vigilando sus pasos. Y, este una noche, con el terror reflejado en el semblante, los ojos desorbitados y erizados los cabellos, llegó al castillo diciendo:
¡Señor,señor, a sua filla foi levada do mundo. Levouna Buserán para o fondo dunha furna!.
( ¡Señor, señor, su hija fue llevada del mundo. Se la llevó Buxerán para el fondo de una gruta! ).
Despues de calmarse y poder enderezar sus ideas, contó qque al anochecer, siguiendo como siempre a la infeliz Florinda, vio que esta bajaba por el monte Cachelmo a toda prisa hacia el mar. El corrió detrás de ella para ver si la alcanzaba, temeroso de que se despeñara por la caverna que en aquel sitio abre su enorme boca. Pero no pudo detenerla y, con gran asombro, vio que al llegar al borde se detenia gritando:
¡Buxerán,Buxerán, meu amado Buxerán!.
( ¡Buserán,Buserán, mi amado Buserán! )
Entonces el lacayo dice que oyó distintamente la voz del trovador, que cantaba una de sus mas bellas cantigas. Súbitamente, una ola gigantesca se estrelló allá abajo en los peñascales y una columna espesa de niebla subió, hasta donde estaba ella y, <<desfiñándose coma o fume que sal das chimeneas do pozo, deixóu ver a figura lanzal de Buxerán, que apertando nos seus brazos a Florinda, levouna con ele mergúllandose nas fondas escuridades da furna.>> ( <<deshilachándose como el humo que sale de las chimeneas del pozo, dejó ver la figura esbelta de Buserán, que estrechando con sus brazos a Florinda, se la llevó con él sumergiéndose en las profundas oscuridades de la gruta>>).
Esta es la historia de Buserana, que así llaman aquella caverna que se abre en la falda del monte Cachelmo; y dicen los pescadores que allí bajan a pescar que aún se oye a menudo, en determinadas noches, la dulce cantiga de Buserán.

Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega


sábado, 16 de mayo de 2015

Leyenda de doña Sancha Rodríguez de Tareygo "A Valente"(La Valerosa)













Leyenda de doña Sancha Rodríguez de Tareygo "A Valente"(La Valerosa)

Sancha Rodríguez era hija de Aras Pardo y de Tareyga Affonso.
Se casó con Fernán Pérez de Andrade cuando éste era tan sólo un hijo segundón. Con él tuvo dos hijas, Sancha e Ynés Fernández, y dos hijos Nuño y Pedro «os fillós erdeiro». Las hijas las enviaron al monasterio de Santa Clara de Santiago.
De los hijos «os fillós erdeiros», que se documenta en el 1368, sólo se puede decir murieron muy pronto, ya que el heredero de Fernán Pérez será su sobrino (hijo de su hermano mayor Johan), Pedro Fernández de Andrade.
Doña Sancha heredo de sus padres varios señoríos entre ellos los de Soutomaior, Castiñeira y Fornelos .
En aquel tiempo había en Galicia, lo que denominaron "a luta da fronteira" “guerra de la frontera”, donde las más poderosas familias de la nobleza gallega (Orden da Banda) y la portuguesa (Orden de Cristo), estaban enfrentadas por el control de los dominios. Entre aquellas familias se encontraban los de conde de Barcelos en el castillo Castro Laboreiro (Viana do Castelo) pertenecientes a la Orden de Cristo.
Pronto tuvo Sancha la desgracia de quedarse sola, pues su marido que aún no tenía el título de conde, se fue a guerrear al lado de Enrique II contra Pedro I de Portugal.
Nuño y Pedro, hijos de doña Sancha, contaban ya con diecinueve años uno y dieciocho el otro, y habían entablado cierta amistad con los hermanos de la familia Barcelos, Simón y Alonso, pertenecientes al bando contrario (Orden de Cristo). Un día jugando a la pelota Pedro con los hermanos Barcelos, en un encontronazo, comenzó una disputa, las palabras se elevaron, hasta que todo fue a más y echaron manos a sus espadas. Pero esta lucha no iba a ser justa, Pedro, se hallaba sólo, mientras que los dos hermanos Barcelos se encontraban en compañía de sus criados. Todos fueron contra él, y ante tras desigual cruce de espadas fue vilmente asesinado por los Barcelos.
 Cuando uno de los Barcelos dijo:
 “No podemos quedarnos aquí debemos irnos, pues cuando la muerte llegue a oídos de su hermano buscará venganza, vayamos a la casa de vuestro padre.”
 Tenía fama el mayor de los Andrade de buen manejo de la espada:
 “No, hermano si huimos ahora, su venganza será terrible. Debemos adelantarnos a sus actos, enviemos algún mozo en su búsqueda antes de que la noticia de la muerte llegue a sus oídos, y sin esperárselo le daremos muerte también.”
 “Así lo haremos.” -Respondió el otro hermano.-
 Mandaron pues sin demora a uno de sus más fieles criados.
Aguardaron su llegada escondidos en una de las calles por donde solían llegar los Andrade. Con las espadas desenvainadas, cuando vieron aparecer al mayor de los Andrade, se abalanzaron sobre él, que sin tiempo de respuesta nada pudo hacer, dándole una muerte cruel y cobarde.
 Andrade agonizante sin entender nada se preguntaba:
 “¿Por qué? ¿Por qué?” -Repetía balbuceante entre sangre.
 Muerto el último varón de los Andrade y el padre guerreando, ya no temían por sus vidas. Dejando el cuerpo atrás, se dirigieron a la casa de su padre que tras explicarle, a su manera, lo sucedido, les aconsejó que marcharan de inmediato hacia tierras de Portugal, para asegurarse de las posibles represalias por parte del bando de la Orden da Banda. Y así huyeron de Castro Laboreiro.

Llevaron los familiares los cuerpos de los Andrade ante su madre, doña Sancha, relatárosle la atroz muerte a que habían sido sometidos sus hijos. Todos creían que ante tan trágica y cruel perdida doña Sancha, por ser mujer, se hundiría en la tristeza, en el llanto y que su vida por amor perdería o loca se volvería, más alejados de la realidad estaban, doña Sancha con gran aplomo ante sus sentimientos, sin soltar lágrima ni llanto alguno se acercó a sus hijos y los bendijo.
“Yo os bendigo hijos míos, id en paz con Dios, que justa venganza recibiréis.”
Ante el asombro de los reunidos, les dijo con el corazón endurecido y con un valor encomiable ante los cuerpos yacentes de estos.
“Disponed vosotros el entierro de mis adorables hijos, que yo junto aquellos que quieran acompañarme, me dispongo a partir esta misma noche tras los asesinos y hacer justicia.”
“¡Vos! –Dijeron algunos de los parientes-
“Mujer soy más, a falta de valor de los presentes, yo misma impartiré justicia y buenos dineros daré a aquellos que me acompañen.” -Respondió doña Sancha.-
Partió Doña Sancha hacia su señorío y allí logró reunir para su causa, hasta un total de veinte caballeros, entre familiares, allegados a la Orden de Cristo y siervos a su servicio, mas para protegerla y por justa venganza, que por los dineros ofrecidos.
Averiguaron que los Barcelos habían huido al interior de  Portugal y doña Sancha así les habló:
“Cuando atraviese esa puerta aquí se queda doña Sancha Rodríguez, la mujer, y con vosotros va vuestro capitán, y la primera en entablar batalla seré, que mas puede el corazón y la justicia que todos los hombres armados.”
Y vestida bajo una ligera armadura y con la espada de su hijo mayor, partió a caballo hacia tierras portuguesas.
Al cabo de varias semanas averiguó que el lugar donde se escondía los Barcelos era en una posada de la villa portuguesa de Viseu. Hacia allí se dirigieron raudos. Esperaron que anocheciera planeando la estrategia.
Llegada la noche al amparo de su oscuridad, se acercaron sigilosamente portando el vigón, al primer golpe las puertas sucumbieron, doña Sancha fue la primera en entrar espada en ristre, tras ella diez caballeros y los demás quedaron fuera protegiendo las puertas y ventanas de toda la posada, para que nadie entrara y nadie saliera, como se había acordado.
 Los Barcelos que se dedicaban a la buena vida de mujeres y vino, no esperaban ser atacados y su sorpresa fue aun mayor al ver como Sancha Rodríguez Tareygo espada en mano capitaneaba aquellos caballeros, no daban crédito a tal imagen.
“No puede ser gritaban, no puede ser.”
“Hágase justicia, -gritó doña Sancha- aquí y ahora pagareis por vuestros crímenes.”
 La lucha fue encarnizada, y doña Sancha luchó con bravura y valor. Por fin la muerte le sobrevino a los hermanos Barcelos, mas no a manos de ella.
Justo al mes de sus asesinatos, la justicia prometida por doña Sancha a sus hijos yacentes se había cumplido.
“Justicia se ha hecho, mi señora, es hora ya de partir antes que los portugueses den cuenta de nuestros actos y apresarnos quieran.” -Dijo uno de los caballeros.-
“Aun no, -respondió enérgica doña Sancha- quiero sus cabezas.”
“¡Mi señora!” -Dijo extrañado uno de los caballeros-
“Hacedlo, o yo mismo los decapitaré con mi espada.” -Replicó doña Sancha-
Hacha en mano, procedieron a cortar sus cabezas, que entregaron aun sangrantes a doña Sancha de Monroy, esta con gesto indiferente agarró ambas cabezas por los cabellos e impávida dijo:
“Ahora si se ha hecho justicia.”
Tras aquello, dejaron la posada y montando en sus cabalgaduras sin descanso, llegaron en día y medio a Baiona. Allí detuvo su caballo  doña Sancha y sin desmontarse de él, preguntó por el lugar donde fueron enterrados sus hijos y respondiéronle:
“Mi señora, tus hijos fueron enterrados en santa sepultura en la iglesia de Santiago, en la Villa de Suotomaior.”
Y sin mediar palabra ante el asombro de los caballeros, arreó a su caballo y partió hacia Suotomaior y depositando las cabezas de los Barcelos en sus sepulturas dijo:
“Hijos míos he aquí a vuestros asesinos, descasad ahora en paz.”
Y tras estas palabras se fue a su casa. Mando construir una fortaleza en Suotomaior con capilla interior, para posteriormente trasladar a sus hijos.
A los pocos años moría doña Sancha, a la cual llamaron Sancha Rodríguez de Tareygo " A Valente" (La Valerosa).
Su marido Fernán Pérez de Andrade se volvió a casar con Doña Constanza de Moscoso.
Esta fortaleza fue destruida por "a Irmandade Fusquenlla" o "Primeira Revolta Irmandiña". Y reconstruida por Pedro Álvarez de Sotomayor (Pedro Madruga), cuando Enrique IV de Castilla lo nombro conde de Soutomaior y Fornelos.

Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega