viernes, 26 de febrero de 2016

EL HOMBRE LOBO III


















EL   HOMBRE   LOBO   III

Vivía -hace muchísimo tiempo- en una aldea de las montañas de Cervantes (provincia de Lugo) un hombre, arisco de carácter, que se irritaba por cualquier cosa y juraba y maldecía que daba miedo.
Este hombre tenía un hijo que era ya un mozallón, buen muchacho, amigo de las mozas y de las fiestas y romerías, aun cuando no le volvía la espalda al trabajo. Solía decir que <<cada cosa a su tiempo>>, y de acuerdo con esta máxima procedía.
Pero su padre quería tenerlo siempre tirando del azadón y no le gustaba que el muchacho tratara de divertirse; porque las parradas gastan las fuerzas que se precisan en el trabajo. Un día discutieron padre e hijo porque el muchacho pretendía ir a la fiesta de Pedrafita y el viejo insistía en que fuese a quemar un monte pata roturarlo.
-El dia de fiesta no se trabaja, que es pecado -decía el mozo-; si el trabajo no se hace un día, se hace otro; pero, la fiesta, pasado el día, paso la romería, y la fiesta se pierde.
-Lo que no se hace es ir de fiesta, cuando hay un trabajo que atender.
Ninguno de los dos cedía. Al fin el padre, irritado, gritó: -¡Vete de fiesta, y como andas tras las mozas, así permita Dios que andes tras las lobas!
Nunca tal hubiera dicho.
Una noche el mozo despertó; se sentía inquieto, desasosegado, no tenía parada, y terminó poniéndose los pantalones y saliendo a la calle. Como si una fuerza extraña lo empujara hacia el monte, se echó a caminar por el declive arriba. Llegó a un pequeño prado y se revolcó sobre la hierba humedecida por el rocío de la noche. ¿Por qué hacía aquello? No lo sabía. Pero aconteció que cuando intentó levantarse, no pudo hacerlo; estaba a cuatro pies y a cuatro pies corrió hacia la cumbre del monte, aullando como un lobo, y tras de las lobas anduvo como un perro rabioso.
En la aldea se habló mucho de la desaparición del muchacho.
Se habló también de un lobo muy grande que había degollado muchos corderos y herido a varios carneros.
El padre del mozo desaparecido empezó a pensar en el caso; recordaba su maldición, y se estremeció. ¿Aquel lobo podría ser su hijo?
Y se fue a ver a una viejecita muy vieja, que decían que era meiga, y le contó el caso.
-¡Ay hombre! – le dijo la vieja -, ¡la maldición del padre es lo peor que puede haber para un hijo! Un padre no puede maldecir su propia sangre.
Pero, para tranquilizarlo, dijo:
-Pero si ese lobo es tu hijo, hay un remedio para volverlo a la vida de los humanos-
Y le explicó que, con todo, no era cosa fácil, porque uno de los dos podría morir, ya que el hijo, convertido en fiera, había perdido todo el sentido de los hombres.
-¿Y, que debo hacer entonces? preguntó el padre.
-Ve si puedes hacerle sangre, pero que no sea cosa de muerte, ni siquiera de mutilación, porque si le hicieras mucho daño, ese mal le quedaría al recobrar su ser-.
Salió pensativo el viejo de casa de la meiga y mucho caviló, de vuelta hacia su vivienda, cómo habría de proceder. Pero, aun cuando se viera en peligro de muerte, mejor quería morir que saber a su hijo perdido de aquella manera.
A la noche siguiente decidió ir en busca del lobo. No quiso llevar más arma que un cuchillo, para evitar un peligro mayor, pero llevó consigo un corderillo, al cual ató al pie de un tojal, tras el cual se ocultó él, entre unos brezos, con el cuchillo en la mano.
A media noche vio cómo el cordero se estremecía y agitaba y supuso que el lobo se acercaba. Después oyó un ligero golpe, como de alguna cosa que caía; tal vez el salto del lobo para acometer y el patalear del animal... Arrastrándose muy despacio y calladamente, se acercó. ¡Allí estaba el lobo! Clavaba los dientes en las carnes blandas del cordero sin apercibirse de su presencia.
Como temiendo herir de más, clavó en el lomo la punta del cuchillo, que tiró en seguida al suelo. El lobo se revolvió enseñando los dientes. El hombre le echó los brazos al cuello, llamándole: ¡Hijo, Hijo!; y le pidió perdón, sollozando.
Entonces la piel del lobo empezó a abrirse por la herida y, como si fuese una piel postiza, iba desprendiéndose del cuerpo.
Una sacudida, un revolcarse entre los brezos y los tojos, y el muchacho recobraba el ser, desfallecido, pero tal como era antes de ser maldito por su padre.
Esta leyenda fue recogida por mí en las montañas de Cervantes, el año 1.963, y en gallego, naturalmente.
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega

viernes, 19 de febrero de 2016

EL CASTILLO DE PAMBRE















EL CASTILLO DE PAMBRE

En el término municipal de Palas de Rey (Lugo) y en la cumbre de un promontorio que avanza de sudeste a noroeste, a la orilla del río Pambre, consérvase aún el magnífico castillo construido en el siglo XIV por don Gonzalo Ozores de Ulloa.
Don Gonzalo Ozores de Ulloa era partidario del rey don Pedro I y tomó parte en la batalla de Montiel el año 1369. Muerto don Pedro I por su hermano don Enrique, don Gonzalo Ozores quedó prisionero del vencedor, que lo tuvo en su poder varios años, después de los cuales pudo regresar a su tierra, encontrando que todos sus bienes se los tenía tomados Fernán Gómez das Seixas.
Decidido a recobrar sus posesiones, sin pérdida de tiempo don Gonzalo se dispuso a organizar a sus gentes y se dedicó a visitar a todos sus amigos y parientes para conseguir su apoyo. Entre sus partidarios destacaban don Álvaro Páez de Soutomaior, los señores de Camba y Deza, Vasco Fernández, con sus hombres de Vilar de Mella, y amigos de Sobrado, Mellide e da Ponte de Albidrón.
En cuanto tuvo reunida la mayoría de sus seguidores, don Gonzalo Ozores, pensó ir primero sobre el Castro das Seixas; sin embargo, decidió atacar antes el castillo de Curbián, situado en el término de la parroquia de San Martín de Curbián, sobre la margen izquierda del río Pambre, porque «allí hallaba Gonzalo Ozores concentrado y encarnado todo lo que para un Ulloa podía ser caro y de estima en este mundo>>, como dice López Ferreiro en su novela O Castelo de Pambre.
Sitiado el castillo, sin mayores esfuerzos las tropas de Ozores asaltaron los muros y derrotaron a sus defensores, que se vieron obligados a una humillante capitulación.
Conquistado el castillo de Curbián, el afán de don Gonzalo era marchar cuanto antes contra las torres de San Payo de Narla, que era la casa principal de los Seixas, situada en la margen derecha del río Narla, a unas dos leguas de distancia de Curbian; pero, enterado Vasco Gómez de la pérdida de este castillo, envió emisarios a todos sus amigos, pidiéndoles ayuda e hizo sus mayores esfuerzos para reunir un poderoso ejército, apoyado por las huestes de los señores de Lugo, Betanzos, Villalba, Narla y Trasparga, a fin de combatir a los antiguos partidarios del rey don Pedro I, que pretendían reconquistar en favor de Ozores de Ulloa las propiedades que le había quitado don Enrique para cedérselas a él, Gómez das Seixas, en pago de los buenos servicios prestados en las luchas contra su hermano.
En pocos días se reunieron alrededor del castro de Seixas todas las fuerzas de los amigos de Gómez das Seixas, dirigiéndose seguidamente hacia Curbián. Para cerciorarse mejor de lo ocurrido en este castillo, hicieron alto en el castro de Ambreixo, situado a una legua aproximadamente de aquel.
Ambos rivales estaban ansiosos de acometerse; así, pronto los dos bandos se encontraron frente a frente, entablándose ruda lucha de la que salió triunfante Gonzalo Ozores, que logró dominar con sus aguerridas tropas la corona del castro y poner en franca huida a Gómez das Seixas y sus amigos.
Sin dejarles tiempo para rehacerse de esta derrota, Gonzalo Ozores de Ulloa, que, según dice Vasco da Ponte, era de los Sánchez de Ulloa, linaje en Galicia muy antiguo, hombre muy esforzado, valiente y diestro, en su lucha por la recuperación de sus dominios tuvo su batalla con Fernán Gómez das Seixas en el castro de Ambreixo, y allí fue desbaratado este y quedó don Gonzalo Ozores por señor, tornando así a recobrar toda la tierra de que había sido despojado.
Y añade Vasco da Ponte que don Gonzalo Ozores de Ulloa era casa de cuarenta lanzas; es decir, que disponía de cuarenta hidalgos o señores armados y montados, con sus correspondientes peones, a los cuales podía sostener por sus propios medios.
Una vez que don Gonzalo reconquistó sus posesiones, fue cuando hizo levantar el castillo de Pambre para disponer cuanto antes de una fortaleza emplazada en ventajosas condiciones por su situación, y también por sus recios muros e importantes medios defensivos, tan necesarios para la mejor protección de sus propiedades en lo sucesivo.
Y fue tal la celeridad con que se llevaron a cabo las obras y de tal magnitud la solidez de los muros de todo el recinto fortificado, que surgió la leyenda de que había sido construido en una noche por los “mouros”. Y bien sabido es que los “mouros” en Galicia no son precisamente los moros africanos, sino los ”gigantes magos, capaces de todas las cosas extraordinarias”.
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega

domingo, 14 de febrero de 2016

EL PAJE DEL REY















EL PAJE DEL REY


Hojeando un libro del año 1.853, titulado “Viaje ilustrado en las cinco partes del mundo”, he hallado en el II tomo, página 871, que corresponde al artículo <<España>>, una curiosa nota que dice textualmente:

“Ribadeo es desde largos tiempos cabeza de un condado que poseyó la familia de Villandrado, y hoy está unido a la casa de los duques de Híjar. Los condes de Ribadeo tenían y conservan el singular privilegio de comer con eI rey el día de Reyes, siempre que lo hace en público, y recibir luego el vestido completo que usa en semejante día. Esta circunstancia nos hace recordar naturalmente haber visto cien veces en Madrid la ceremonia de la traslación del traje, que se hace en un coche de etiqueta, escoltado por alabarderos ahora, y antes por guardias de corps, en el que ya dentro, un jefe de palacio se lo presenta en una bandeja de plata a al duque de Híjar, como conde de Ribadeo.”

Parece ser que el origen de este privilegio es, según dice una tradición o leyenda, el siguiente:
Cuentan que uno de los antiguos monarcas de Castilla fue cierto día convidado a un banquete por uno de sus próceres, hombre turbulento, ambicioso y feroz, que tenía dispuesto nada menos que dar muerte al rey, de acuerdo con otros conjurados, para satisfacer sus fines particulares.
No se sabe el reinado en que esto aconteció, ni, por lo tanto, a qué rey o a qué prócer se refiere la leyenda, pero el hecho, si damos por buena la nota copiada, hay que considerarlo como histórico.
Sea de ello lo que quiera, es el caso que un joven de la familia Villandrado, paje a la sazón del rey, oyó por casualidad algunas palabras que le descubrieron el terrible proyecto tramado contra la vida de su señor, que resolvió salvar aun a costa de la suya propia.  Se dirigió con presteza al salón del festín, cuando se hallaban ya disfrutando de la magnífica comida, y presentándose al rey, le manifestó que había de hablarle en el acto de un asunto de la más alta importancia, suplicándole que pasara para oírle a una cámara vecina, por ser cosa en extremo reservada. Accedió el rey al punto, pues tenía en gran aprecio al paje y una absoluta confianza en sus palabras.
Los conjurados se miraron unos a otros recelosos, con el temor de haber sido descubiertos; mas luego, pensando que este incidente podía ser casual, y como, por otra parte, la estancia en donde habían entrado el monarca y el paje Villandrado no tenía más salida que el comedor donde se hallaban, resolvieron que ella les sirviese para consumar su intento. Al efecto, colocaron varios hombres de armas a lo largo de una galería escasamente alumbrada que conducía a la habitación referida y les dieron orden de no permitir el paso a nadie más que al paje, y de ninguna manera al rey, a quien debían dar muerte si intentaba forzarlo.
Villandrado, entre tanto, rogaba a su amo que cambiase con él de traje, y se pusiera a salvo inmediatamente, en lo que consintió el rey, creyendo que su servidor no correría peligro. Disfrazado, pues, con los vestidos de su paje, el monarca pudo escapar sin que sus enemigos se dieran cuenta de ello y al punto dispuso que sus gentes y guardas de corps se apoderasen de los culpables y pusieran libre a Villandrado; pero cuando llegaron sus leales, los conjurados habían huido, temerosos del peligro, y el paje estaba muerto a puñaladas, sin duda por los mismos cortesanos rebeldes que quisieron tomar esta venganza del heroico joven.
El rey, furioso por el atentado contra su persona y por la muerte de su fiel libertador, hizo pregonar que daría grandes recompensas y haría grandes mercedes al que le entregase muerto o vivo al magnate traidor y dispuso que, para perpetuar la memoria aquel hecho, todos los días de Reyes, aniversario del suceso, se entregase al descendiente poseedor de la casa de Villandrado el vestido que él y sus sucesores usaran en tal día, convidándolo además a come a la mesa real.
Pero el padre Juan de Maria, en su Historia General de España, dice: “En el año 1441, día de la circuncisión, defendió valerosamente al rey don Juan II el capitán Rodrigo de Villandrado: en premio de lo cual y para memoria de lo que hizo aquel día, le fue dado un privilegio plomado, por el cual se concedió para siempre a los condes de Ribadeo que todos los primeros días del año comiesen a la mesa del rey y les diese este el vestido que usan en aquel dia”.
Benito Vicetto, en su Historia de Galicia, refiriéndose al mismo caso y aludiendo a la leyenda, aclara que quien salvó al rey, cambiándose con él el traje que vestía, fue el caballero gallego don Rodrigo de Villandrado, conde de Ribadeo, que era amigo del rey, habiendo perecido por salvar a este, asesinado por los grandes magnates castellanos que pretendían dar muerte al monarca.

Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega