sábado, 25 de junio de 2016

NUESTRA SENORA DEL PORTAL










NUESTRA SENORA DEL PORTAL

Cuando allá por los años primeros del siglo XIV se dio comienzo a la construcción del monasterio de Belvís, encontraron los obreros entre los cimientos de un muro que derribaban una imagen de la Santísima Virgen con su hijo en brazos, admirablemente tallada en piedra, de esbelta y graciosa figura y rostro tan venerable, que infundía en las almas un gran respeto y mucho amor; y parecía que solicitaba una oración de sus devotos.
Aquellas cristianas gentes guardaron con interés la imagen de la Virgen que Dios les había ofrecido -pues hay razones bastantes para creerlo así- y, más adelante, quisieron ponerla, para su mayor gloria y alabanza, en el mismo lugar en donde la habían hallado, sobre el portal que todavía hoy existe.
Para perdurable recuerdo de tan famoso hallazgo, pusieron al monasterio el nombre de Santa María de Belvís.
Y quiso Dios que la devoción santiaguesa posara sus miradas en aquella santa imagen y fuese a buscar a su lado el remedio para sus aflicciones y la tranquilidad para su espíritu.
La Santísima Virgen prestó consuelo a los corazones huérfanos, tuvo bálsamos para las heridas de los enfermos, fue con frecuencia cobijo de todas las desgracias y su bondad se derramó acariciadora y caritativa, sobre las almas devotas.
La fama de la Virgen de Belvís se fue extendiendo por toda la ciudad y era mucha la gente que iba a postrarse a sus plantas, ansiosa de sus favores.
Era entonces rector de la iglesia de San Félix de Lovio, la más antigua de Santiago, cerca de la cual se erguía el palacio del conde de Altamira, un sacerdote ejemplar como los verdaderos cristianos, de santa vida y buenos sentimientos. Desde su iglesia, un día percibió en la oscuridad de la noche, al pie del monasterio de Santa María de Belvís, unas luces que jamás había visto y que le llamaron la atención. Quizá este hecho pasara inadvertido para otras gentes si a las noches siguientes no volviera a verlas en el mismo lugar en que las había observado por primera vez. Y cuando, curioso, fue a averiguar la causa de aquellas luces extrañas, que brillaban claras y resplandecientes entre los muros ensombrecidos del monasterio, comprobó con asombro que por la noche llegaba allí un invisible ser que ponía junto a la Virgen unas candelas encendidas que al amanecer desaparecían sin que nadie supiera qué mano misteriosa las llevaba.
Corrió esta noticia por el pueblo y la devoción a la Virgen aumentó de tal manera, que bien pudiera decirse que todos los santiagueses la llevaban enraizada en el secreto de su corazón: y todos acudían a Ella pidiendo salud para el cuerpo y consuelo para sus espíritus.
Entonces los hechos portentosos se multiplicaron y de tal manera y tan abundantes fueron los milagros realizados por la famosa Virgen, que el portal que le servía de capilla, y el altar se llenaron de exvotos con que los fieles testimoniaban su agradecimiento a las milagrosas virtudes de la Santa Madre de Dios Nuestro Señor.
Y el huerto del convento se veía continuamente lleno por las gentes devotas compostelanas, que iban a postrarse ante la imagen divina para ofrecerle sus creaciones como pago de un bien recibido o para solicitar un nuevo favor. Llegó a ser tan grande la popularidad de aquella imagen, que las buenas monjas, atentas a la mayor gloria de su querida Virgen, creyendo que el pequeño recinto del portal donde estaba no era el más apropiado, acordaron trasladarla a la iglesia del monasterio; y así lo hicieron, con la solemnidad que merecía por sus milagros y la cantidad de sus fieles.
Pero al día siguiente, cuando fueron a abrir la iglesia, Ia santa imagen de la Virgen había desaparecido del altar en donde la colocaran y se hallaba nuevamente en el portalito, como si prefiriese la sencilla pobreza del huerto a la solemne suntuosidad de la morada de Dios.
Volvieron de nuevo a llevarla a la iglesia, y otra vez volvió a aparecer prodigiosamente en el lugar que ella prefería: en su portal, bajo el dosel del cielo, acariciada por la débil claridad de las estrellas de la noche, radiante de luz y de bondad cuando los rayos del sol la cubrían como un manto de espejeantes caricias.
La noticia de este milagro se extendió rápidamente por la ciudad de Santiago, pues el significado bien claro estaba para todas las inteligencias, aun para aquellas más negadas o incrédulas. La santa voluntad de Dios era manifiesta y la lección recibida fácil de comprender. De esta manera quiso Dios, Padre y Maestro, manifestar cómo deseaba que su Madre fuese de allí en adelante loada y reverenciada con el nombre sencillo y humilde de Nuestra Señora del Portal, para que las gentes supieran en dónde pueden hallar su abrigo y su cobijo, pues a todos puede convenirles y todos lo precisan, tanto los ricos como los pobres, los grandes como los pequeños, siempre que con humildad se acerquen a ella para rogarle apoyo, protección y socorro para sus tristezas y enfermedades.
Esta es la advocación y origen de la Virgen del Portal.
Pero en el año 1.693, después de trescientos ochenta y uno que llevaba venerándose en el portal, los santiagueses quisieron pagar de alguna manera la deuda de gratitud que le debían y la ciudad entera la aclamó como Virgen milagrosa; y ya que las necesidades del culto lo requerían, la Santísima Virgen consintió esta vez en que la llevaran de su querido portalito a la capilla que junto a la iglesia del monasterio le erigieron, construida exclusivamente con las limosnas aportadas por los devotos.
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega

sábado, 18 de junio de 2016

LA CUEVA DE LOS ENCANTOS










LA  CUEVA DE LOS ENCANTOS
El día de San Juan es muy importante en nuestra tierra. Como lo es también en muchos otros países. En todas partes, los romances recuerdan el día tan señalado;

Día de san Juan alegre,
niña, vete a lavar:
pillarás agua del pájaro
antes de que el sol raye;
irás en el amanecer del día
a recoger agua fresca
el agua del pajarito
que la salud te ha de dar...

Otro romance dice también:

Madrugada de San Juan,
La madrugada más garrida,
que baila el sol cuando nace
y ríe cuando muere el día.
¿Dónde va, Nuestra Señora,
dónde va, santa Maria?
Va hacia la orilla del mar,
va hacia la orilla de Ia ría...

Pero también hay ciertos ritos en las costumbres de nuestras gentes, como son la celebración de las hogueras nocturnas de la víspera; las hierbas santas con las cuales se adornan las puertas y ventanas de las casas rurales; el lavarse con el agua dejada a serenar durante Ia noche con las hierbas de san Juan; o el bañarse en el mar a media noche para recibir las nueve ondas, o sumergirse en el río nueve veces para purificar el cuerpo librándose de pecado.
Hay también ciertos acontecimientos que suceden precisamente aquel día'. Y uno de ellos es el que se refiere a la <<Cueva de los Encantos>>, o <<Cueva de la Doncella>, que hay cerca de la villa de Vivero, en la provincia de Lugo. Y se hacen en ellas buenas romerías todavía en nuestros días.
Este Coto tiene algunas leyendas. Dícese que están enterradas bajo tierra dos vigas que fueron de la capilla, una de oro y otra de plata. Y también que hay escondidas dos arcas, una llena de oro y otra que contiene veneno. El oro y el veneno llegan para hacer ricos o para matar a seis parroquias enteras.
No sé bien lo que tendrá que ver una historia con la otra; pero cuentan también los ancianos que en este castro había una cueva donde estaban encantadas algunas mujeres. Una vez, un mozo de estos lugares caminaba por aquellos andurriales cuando en la entrada de la cueva que allí había, vio a una hermosísima doncella. Ante ella tenía una tienda con cosas para vender Él se acercó a mirar y la joven le pidió que le comprara lo que más le gustara.
-Lo que más me gusta -dijo él- son estas tijeras.
-Pues llévatelas -respondió enojada, porque no se había fijado en ella-, y que se te claven en los ojos.
Al mismo tiempo en que el mozo les echaba la mano, las tijeras le saltaron a los ojos y lo dejaron ciego.
Poco tiempo después, otro mozo tuvo que pasar por allí. Atraído también por la novedad, se acercó a ella, y se quedó mirándola como pasmado. La doncella era muy hermosa. Tenía unos ojos oscurísimos y bellos y unos labios rojos y codiciables. Los cabellos negrísimos hasta la cintura y joyas preciosas rodeaban su cuello y ceñian sus brazos. El muchacho no se cansaba de mirarla. Era tan terriblemente hermosa, que se sentía hechizado, incapaz de moverse. Pero él era también un garboso joven, y ella le miraba dulcemente a los ojos brillantes.
-Cómprame lo que más te guste, hombre.
Él se fijaba en la boca, que mostraba unos dientes perfectos al hablar. Sintió que la deseaba ardientemente.
-Lo que más me gusta es la tendera -dijo atreviéndose.
Ella no se ofendió. En cambio le habló amablemente:
-Pero yo no puedo ser par a ti, porque estoy encantada. Si tú fueses valiente podrías desencantarme.
-¿Que no soy valiente?... Dime, mujer, y verás...
-¡Mira que vas a tener miedo!
-¿Miedo yo?… cualquier cosa sería capaz de hacer para tenerte por mía.
Ella le miró con sus bellos ojos, pensativa; luego dijo:
-Podemos probar... Yo me convertiré en una gran serpiente con una boca enorme y trataré de morderte. He de lanzarme contra ti' ¡ten cuidado!... sólo tienes que cogerme el extremo de la cola y darme un beso en la punta. Sólo de ésta manera se romperá el encanto y casaré contigo.
Al mismo tiempo, en lugar de la hermosa doncella apareció una horrible y monstruosa serpiente con la boca abierta. El mozo dio un salto hacia un lado, rodeándola con maña, y cogiéndole rápidamente la cola, la besó en la punta. Le dio el beso sin la menor repugnancia, pues sabía que todo era debido al encanto de la doncella que le robara el corazón. Al darle el beso, la serpiente desapareció; y tenía ante él la hermosa mujer de la cueva, ya desencantada.

Cogieron algunos tesoros de la cueva, se casaron y vivieron dichosos.
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega