sábado, 14 de noviembre de 2015

EL DESVENTURADO AMADOR















EL   DESVENTURADO   AMADOR


El conde de Lemos, señor de Monforte, tenía una hija, Constanza, hermosa y alegre como una mañana de primavera.

Se decía que el mismo rey Alfonso VI estaba enamorado de ella y de ella estaba enamorado también como un loco cierto hidalgo, escudero de linaje desconocido, del cual solamente se sabía que se llamaba Rui.

Los padres de Constanza pensaban casarla con un amigo suyo, señor de buena casa, que tenía varios escuderos; porque el rey Alfonso VI no podía tomarla por esposa, lo cual había amargado no poco el carácter de la condesita, que fue trocándose en melancólico y malhumorado. Los galanteos del joven escudero Rui no agradaban a la condesa, por juzgarle poca cosa para ella.

Para tratar de distraerla, el conde su padre organizó una gran cacería, a la que concurrieron varios señores amigos suyos de las comarcas fronteras de sus dominios. Cuando, después de correr los montes, unos y otros estaban descansando en un calvero del bosque, surgió de entre la espesura del matorral un gran oso que, con los peludos brazos abiertos se lanzó contra doña Constanza, que estaba un poco alejada de los demás. Suerte fue para ella que el joven Rui se interpusiese a tiempo entre su amada y la fiera, a la que logró dar muerte con su cuchillo de monte, sin recibir por su parte más que ligeros rasguños de las zarpas del oso.

Más solamente unas frías palabras de agradecimiento por su hazaña fue cuanto consiguió de padre e hija el desventurado hidalgo amador.

Poco tiempo después, doña Constanza se casaba con el señor de las Torres de Altamira, fortaleza asentada en la cumbre de un monte de Brión. Este señor no se llevaba muy bien con el rey don Alfonso VI y su casamiento con la hermosa Constanza vino a agriar más su aversión. Un día, el monarca, pana imponerle un castigo por cierto hecho que estimó como de excesiva crueldad, fue con su hueste contra las Torres de Altamira y, después de ponerles cerco, mandó un emisario al señor con la orden de que se entregase al rey; pero el de Altamira se negó, y como la fortaleza estaba bien abastecida y los muros eran muy fuertes, el rey no logró dominarla.

Cansado del asedio y sin ver una posibilidad de vencer el orgullo del señor de las Torres, Alfonso VI resolvió levantar el campo, cuando, hallándose en esto, se acercó a él un joven escudero de aspecto decidido, quien se le presentó entregándole un pergamino que, según afirmó, le había dado un peregrino procedente de Toledo.

Aquel pergamino solicitaba del rey que exigiera al señor de Altamira la libertad de un cautivo que tenía preso en los fosos del castillo desde hacía algunos años. Pero: ¿cómo  conseguirlo, vista su actitud?

EI emisario se ofreció al rey para penetrar en el castillo y procurar los medios para que sus fuerzas pudieran adueñarse de las torres, de no conseguir la libertad del preso.

-¡Ve! -  Le dijo Alfonso VI.
Valiéndose de una estratagema, el joven escudero consiguió penetrar en el castillo y hablar con el señor, al que pudo convencer de que se entregara al rey, en la seguridad de que, como su delito no era grave, nada había de temer. Su esposa doña Constanza contribuyó a decidirlo, diciéndole que ella le acompañaría y con su presencia lograría el perdón del monarca.

Así aconteció, aunque para perdonarle, el rey exigió la libertad del prisionero, resulto que era el hermano del propio señor de las Torres, el padre del joven Rui, el infeliz enamorado de doña Constanza. Pero, cuando fueron a abrir el subterráneo donde estaba el cautivo, se percataron de que ya no vivía.

Entonces el hijo del muerto, el joven hidalgo, en un arrebato de fiereza y ansia de venganza, con la desesperación de verse sin padre y sin amor, muertos ambos por el señor de las Torres de Altamira, su tío, puso fuego al castillo para así castigar su maldad y su tiranía.

Pero como las gentes acudieron enseguida para sofocar el incendio y los deseos de Rui no se cumplieron, este, por el contrario, pasó a ocupar el mismo calabozo de su padre y allí murió también, al cabo de algún tiempo, dícese que invocando el nombre de Constanza.

¿Para maldecirla? ¿Para recordarla en su última hora?

Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega

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