sábado, 20 de septiembre de 2014

REDONDELA y LA LEYENDA DE LA “COCA DE REDONDELA “













REDONDELA  y LA LEYENDA DE LA “COCA DE REDONDELA “

Redondela:  Es un municipio y una villa, situados en la provincia de Pontevedra, Galicia, en la comarca y área metropolitana de Vigo.
El extremo Oeste del municipio bordea la Ría de Vigo y el municipio de Vigo. Por el Sur, Redondela limita con el municipio de Vigo, por el Este con los municipios de Mos y Pazos de Borbén y por el Norte con Sotomayor.
La marca característica de la villa es su cielo presidido por dos grandes viaductos ferroviarios construidos en el siglo XIX: el Viaducto de Madrid y el Viaducto de Pontevedra. Desde 1978 ambos están catalogados como Bien de Interés Cultural. Su estampa tradicional ha motivado que Redondela sea conocida como la "Villa de los Viaductos".
Existen diversos grabados ruprestes: Grabado Rupestre Coto Do Corno, Grabado Rupestre Monte Do Castro, Grabado Rupestre Monte Da Peneda, , Grabado Rupestre Nogueira
Fiestas y festivales
Festa dos Maios : Los maios (proviene de Maio, en gallego el mes de mayo) es una fiesta popular gallega que forma parte del llamado Ciclo do Maio, época de exaltación de la naturaleza al comienzo de la primavera.
Teatrarte - Ciclo Nacional de Teatro (de mediados de febrero a mediados de abril).
Festival Internacional de Títeres de Redondela - De finales de mayo a principios de junio.
Festa do Choco - 2º fin de semana de mayo.
*** Festa da Coca - Principios de junio. (Leyenda que cuento hoy)
Entroido :Carnavales.
Entroido de Verán - Carnaval de verano, finales de agosto.

LA LEYENDA DE LA “COCA DE REDONDELA “

La villa de Redondela, es una población de gran antigüedad; todavía en el siglo XIV superaba por su riqueza e industria a la que, hoy gran ciudad, da nombre a la magnifica ria, puesto que entonces la llamaban “ Vigo de Redondela”, porque los naturales de esta villa eran los únicos pescadores que allí realizaban sus faenas y tenían unas pequeñas casuchas o chozas en un lugar llamado Landeira, situado en una parte de lo que ocupa Vigo, para refugiarse allí cuando los temporales impedían la pesca.
Vivían tranquilas y felices aquellas gentes con sus trabajos y sus alegrías de los días de fiesta. Hasta que un día, día terrible de espanto y de dolor, un animal extraño y monstruoso, con cuerpo de dragón terminado en una enorme cola como de una gran serpiente, con enormes alas semejantes a las de un murciélago colosal, fuertes garras en sus cuatro fornidas patas y una cabeza en la cual relucían como ascuas unos ojos terribles, abriéndose en la parte interior una boca de mandíbulas enormes armadas de fuertes y aguzados dientes, surgió de las embravecidas olas del mar y, avanzando a grandes saltos por la playa y continuando por tierra firme hasta la plaza, en pocos minutos devoró  a dos muchacha sin que nadie pudiera impedirlo. Y se volvió al mar.
Pero lo más grave fue que aquel terrible ser que parecía surgir del mismo infierno repitió su incursión una y otra vez, llevándose siempre, como si previamente las eligiera, a las chicas más hermosas de la villa.
Entonces en una gran reunión de todo el vecindario, se decidió seleccionar  los más fuertes y valientes hombres de la villa, armarlos con espadas recias y bien templadas y acometer, a la vez, todos juntos al dragón asesino.
Varios días dedicaron los veinticuatro robustos y osados hombres que se aprestaron a combatir, aun exponiendo su vida, ejercitándose en el manejo de las espadas y en ejecutar ágiles movimientos para rehuir el cuerpo a las acometidas de la fiera. La campana de la ermita del pueblo tuvo siempre un vigía para dar la señal de la aparición del monstruo, y así fue como el próximo intento del dragón, la coca o tarasca, fue también el último; porque, acosado el animal por todos lados a la vez, pinchándole o cortándole  por dondequiera, cegándolo y clavándole los aceros en la misma boca, lograron por fin darle muerte.
Una gran procesión se formó por toda la gente del pueblo, alborozada ante la hazaña de sus hombres, y la bestia muerta fue arrastrada hasta su plaza, donde los valientes luchadores en torno su cadáver iniciaron su primer baile de las espadas; y las jóvenes más hermosas, levantando sobre sus hombros a las niñas que tenían a su alcance, las hacían danzar en alto, creando así las penlas, que en años sucesivos, conmemorando la hazaña, habrían de repetirse en las fiestas más solemnes, como triunfo de la vida sobre las asechanzas de la muerte, o la victoria del esfuerzo colectivo contra el poder destructor del egoísmo feroz e insaciable del mal.
Desde entonces las gentes de la villa y los forasteros que a ella acuden pueden disfrutar de esta manifestación etnográfica tan curiosa.



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