sábado, 19 de julio de 2014

Puentedeume ( Pontedeume) y El castillo de Andrade ( El castillo del hambre )












Pontedeume es un pueblo costero situado en las Rías Altas de Galicia. Su principal atractivo reside en la perfecta conjunción de río, mar y montaña. Situado en la desembocadura del río Eume y en la ladera del monte Breamo, es una de las villas gallegas con más atractivo de cara al turismo.
Surge concretamente en 1270, fundada como villa por el rey Alfonso X, quien le concedió fueros y privilegios confirmados por Fernando IV de León y Castilla y Alfonso XI. Entre los privilegios destacan que tenía permiso para realizar un mercado mensual y el Fuero de Benavente (que le otorgaba poder judicial independiente).
En 1371, Enrique II concede a Fernán Pérez de Andrade III la jurisdicción de Pontedeume y El Ferrol, como pago a los servicios prestados en la  guerra civil que enfrento con su hermano Pedro I. Titular del coto de Andrade, constructor del castillo en la peña Leboreira
De pasado medieval, se percibe en sus calles la huella de los Condes de Andrade, la cual todavía perdura con el paso de los siglos. Como su nombre indica, la seña de identidad por excelencia de Pontedeume es su puente de piedra sobre el río Eume, que aunque no es el original construido en la época de Los Andrade, mantiene la esencia de lo que fue un paso estratégico en todas las épocas.
Pontedeume reúne una serie de reclamos para el turista que lo hacen imprescindible en cualquier visita a Galicia. El turista podrá ver el casco antiguo de la villa, donde se encuentran el Torreón de Los Andrade, la Iglesia de Santiago, los restos de la antigua muralla, la Iglesia de Las Virtudes, así como las Fragas del Eume (con su Monasterio de Caaveiro), el Castillo de Andrade, la Capilla de San Miguel de Breamo, y otros muchos lugares.


La Leyenda:

El castillo del hambre

Al pasar por delante de este castillo, todavía hay campesinos en el lugar que se santiguan diciendo: "Que Deus teña na gloria os que morreron no castelo da fame". Una plegaria respetuosa que obedece a la romántica y cruel historia legendaria, transmitida de padres a hijos, de un calabozo secreto que se dice existió en esta fortaleza y en el que dos jóvenes amantes fueron enterrados en vida.
Fue a finales del año 1389, cuando este castillo estaba al cuidado de un alcaide presuntuoso y enamoradizo, llamado Pedro López.
Le había echado el ojo a la joven Elvira, doncella de la Señora de Andrade, pero ella no correspondía a sus atenciones pues tenía amores con Mauro, el paje favorito del Señor por tratarse de su hijo bastardo. Circunstancias, ser el preferido de Elvira y del propio Conde, fueron poco a poco avivando las llamas del profundo odio que Pero López llegó a profesar al joven Mauro.
Una tarde, bajó a la Villa a arreglar unos asuntos y vio a Mauro y a Elvira cuchicheando. Se burlaban del amor que la joven había inspirado al viejo alcaide y, a carcajadas, le miraban con desdén. Pedro López, estremecido de rabia y de celos, les juró odio eterno
Ayudado por Zaid, un esclavo negro que le obedecía ciegamente y era mudo, narcotizó y secuestró a los jóvenes amantes, trasladando sus cuerpos desmayados a un subterráneo escondido en la torre del castillo.
Se abría, manejando un resorte hábilmente ocultado, dando paso a una celda maloliente y repugnante. Frente a frente, contra dos de los muros del lugar, depositó los cuerpos de los amantes, ambos sujetos con cadenas y atormentados con mordazas de madera.
El Señor de Andrade en vano intentaba dar con el paradero de su querido paje y de la doncella de su mujer, pero con el paso de los días fue haciendo caso a las habladurías del pueblo y creyendo que habían huido juntos.
Una mañana ya de verano llevaron a Pero López malherido. Había tenido una pelea con un escudero a causa de cierta hazaña que hiciera la moza de éste. Y cuando el Conde fue a verle a su lecho de muerte, escuchó del alcaide la confesión de su espantoso crimen, cuyos remordimientos le aterrorizaban en esa hora fatal de su vida: "Señor, os pido perdón. Fui yo quien, por envidia y genio, enojado por el desprecio de Elvira, encerré en el subterráneo de la torre a ella y a vuestro paje Mauro... Mi intención no era acabar con sus vidas, sino vengar mi corazón roto causando un profundo sufrimiento a los amantes. El esclavo negro les llevaba de comer, hasta que un día Mauro logró librarse de las cadenas y le atizó con el hierro dejándole malherido. Pero mientas el rapaz acudía a liberar a Elvira, el fiel Zaib se arrastró hasta llegar a la poterna y, aunque cayó muerto a la entrada del calabozo, tuvo tiempo de cerrar el muro impidiendo la salida de los jóvenes. Al cabo de las horas, cuando lo eche de menos, baje al subterráneo y encontré al negro muerto, con la cabeza destrozada y ensangrentada... ¡Cogí miedo, Señor!, comprendí lo que había sucedido y no me atreví a descorrer el muro nunca más, ¡y los infelices murieron de hambre!..."
Ante tan espantoso relato, el Señor de Andrade enterró su daga en el pecho del asesino, arrancándole la poca vida que le restaba. Luego corrió al subterráneo del castillo, vertiendo lágrimas de desesperación y allí descubrió los cuerpos de los dos amantes, que se encontraban juntos en un abrazo de eterna despedida.
Después que les hizo un entierro casi regio en la Villa, el Conde se encerró en su castillo y pasó llorando los días que le quedaron de vida, a aquel hijo querido, muerto tan joven y de un modo tan horroroso.


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