Pontedeume es un pueblo costero
situado en las Rías Altas de Galicia. Su principal atractivo
reside en la perfecta conjunción de río, mar y montaña.
Situado en la desembocadura del río Eume y en la ladera del
monte Breamo, es una de las villas gallegas con más atractivo
de cara al turismo.
Surge
concretamente en 1270,
fundada como villa por el rey Alfonso X, quien le
concedió fueros y privilegios confirmados por Fernando IV de León y Castilla y
Alfonso XI. Entre los privilegios destacan que tenía
permiso para realizar un mercado mensual y el Fuero de Benavente
(que le otorgaba poder judicial independiente).
En
1371, Enrique II
concede a Fernán Pérez
de Andrade III la jurisdicción de Pontedeume y El Ferrol,
como pago a los servicios prestados en la guerra civil que enfrento
con su hermano Pedro I.
Titular del coto de
Andrade, constructor del castillo en la peña Leboreira
De pasado medieval,
se percibe en sus calles la huella de los Condes de
Andrade, la cual todavía perdura con el paso de los
siglos. Como su nombre indica, la seña de identidad por
excelencia de Pontedeume es su puente de piedra sobre el río
Eume, que aunque no es el original construido en la
época de Los Andrade, mantiene la esencia de lo que fue un
paso estratégico en todas las épocas.
Pontedeume reúne una serie de
reclamos para el turista que lo hacen imprescindible en
cualquier visita a Galicia. El turista podrá ver el casco
antiguo de la villa, donde se encuentran el Torreón de Los
Andrade, la Iglesia de Santiago, los restos de
la antigua muralla, la Iglesia de Las Virtudes,
así como las Fragas del Eume (con su Monasterio de
Caaveiro), el Castillo de Andrade, la Capilla
de San Miguel de Breamo, y otros muchos lugares.
La
Leyenda:
El castillo del
hambre
Al pasar por delante de este castillo, todavía hay
campesinos en el lugar que se santiguan diciendo: "Que
Deus teña na gloria os que morreron no castelo da fame".
Una plegaria respetuosa que obedece a la romántica y cruel
historia legendaria, transmitida de padres a hijos, de un
calabozo secreto que se dice existió en esta fortaleza y en el
que dos jóvenes amantes fueron enterrados en vida.
Fue a finales del año 1389, cuando este castillo
estaba al cuidado de un alcaide presuntuoso y enamoradizo,
llamado Pedro López.
Le había echado el ojo a la joven Elvira, doncella
de la Señora de Andrade, pero ella no correspondía a sus
atenciones pues tenía amores con Mauro, el paje
favorito del Señor por tratarse de su hijo bastardo.
Circunstancias, ser el preferido de Elvira y del propio Conde,
fueron poco a poco avivando las llamas del profundo odio que
Pero López llegó a profesar al joven Mauro.
Una tarde, bajó a la Villa a arreglar unos asuntos y vio
a Mauro y a Elvira cuchicheando. Se burlaban del amor
que la joven había inspirado al viejo alcaide y, a carcajadas,
le miraban con desdén. Pedro López, estremecido de
rabia y de celos, les juró odio eterno
Ayudado por Zaid, un esclavo negro que le obedecía ciegamente y era
mudo, narcotizó y secuestró a los jóvenes amantes,
trasladando sus cuerpos desmayados a un subterráneo escondido
en la torre del castillo.
Se abría, manejando un resorte hábilmente ocultado,
dando paso a una celda maloliente y repugnante. Frente a
frente, contra dos de los muros del lugar, depositó los
cuerpos de los amantes, ambos sujetos con cadenas y
atormentados con mordazas de madera.
El Señor de Andrade
en vano intentaba dar con el paradero de su
querido paje y de la doncella de su mujer, pero con el paso de
los días fue haciendo caso a las habladurías del pueblo y
creyendo que habían huido juntos.
Una mañana ya de verano llevaron a Pero López
malherido. Había tenido una pelea con un escudero a
causa de cierta hazaña que hiciera la moza de éste. Y cuando
el Conde fue a verle a su lecho de muerte, escuchó del alcaide
la confesión de su espantoso crimen, cuyos remordimientos le
aterrorizaban en esa hora fatal de su vida: "Señor,
os pido perdón. Fui yo quien, por envidia y genio, enojado
por el desprecio de Elvira, encerré en el subterráneo de
la torre a ella y a vuestro paje Mauro... Mi intención no
era acabar con sus vidas, sino vengar mi corazón roto
causando un profundo sufrimiento a los amantes. El esclavo
negro les llevaba de comer, hasta que un día Mauro logró
librarse de las cadenas y le atizó con el hierro dejándole
malherido. Pero mientas el rapaz acudía a liberar a
Elvira, el fiel Zaib se arrastró hasta llegar a la poterna
y, aunque cayó muerto a la entrada del calabozo, tuvo
tiempo de cerrar el muro impidiendo la salida de los
jóvenes. Al cabo de las horas, cuando lo eche de menos,
baje al subterráneo y encontré al negro muerto, con la
cabeza destrozada y ensangrentada... ¡Cogí miedo, Señor!,
comprendí lo que había sucedido y no me atreví a descorrer
el muro nunca más, ¡y los
infelices murieron de hambre!..."
Ante tan espantoso relato, el Señor de Andrade
enterró su daga en el pecho del asesino, arrancándole la
poca vida que le restaba. Luego corrió al subterráneo del
castillo, vertiendo lágrimas de desesperación y allí descubrió
los cuerpos de los dos amantes, que se encontraban juntos
en un abrazo de eterna despedida.
Después que les hizo un entierro casi regio en la Villa,
el Conde se encerró en su castillo y pasó llorando los días
que le quedaron de vida, a aquel hijo querido, muerto tan
joven y de un modo tan horroroso.
Fotografías
en:
http://alianzagalega.blogspot.com.es/
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