De Santiago de Compostela no puedo decir nada que no sea ya
muy conocido, y como es la fiesta del Apostol patrón de las Españas, solo me queda hablar de algunos de los topónimos de Compostela.
Compostela
es uno de los topónimos más discutidos porque la posibilidad de relacionarlo
con el sepulcro del Apóstol Santiago,
descubierto supuestamente en el siglo IX por Teodomiro, hace emotivos
los razonamientos.
El lugar debió
de estar habitado en época prerromana como demuestra el topónimo precéltico Sar, "corriente de
agua", la existencia de una mámoa,
porta da mámoa, y dos
topónimos célticos, Callobre,
primitivo nombre del Castro, y Troia
de Turobriga, "ciudad fuerte". Y de los primeros tiempos
de la romanización pueden ser algunas inscripciones funerarias y muchos
sepulcros que se colocaban al lado de los caminos.
Este lugar tuvo
tres nombres: Libredón, que
para algunos sería céltico, "castro
del camino", y para otros deriva de liberum donum, "libre concesión (de un terreno)";
entre los siglos IX y XI se le llama Arcis
Marmoricis, que presenta el topónimo Arca, casi siempre indicador de sepulcro en mámoa. Pero en
el siglo X los documentos empiezan a
hablar de un suburbio Compostella,
es decir, una parte de la villa que se llama así y que algunos sitúan en la actual zona de la Rúa do Franco. Desde
el XI el nombre de la zona se extiende a
toda la villa.
Desde siempre
hubo interpretaciones de este topónimo. Popular fue el de campus stellae, "campo de la estrella", estrella
que milagrosamente indica a Teodomiro el lugar. El Cronicón Iriense (XI-XII) lo deriva de compositum tellus,
"tierra compuesta o hermosa". En el XII la crónica de Sampiro dice Compostella, id est bene
composita. En el Códice
Calixtino (XII) se cuenta la historia de una mujer llamada Compostella
presuntamente vinculada a la prédica del Apóstol. Pero siempre fue
más aceptada la interpretación de "villita
(-ella) bien hecha", como quizás la dejaría la reconstrucción y
fortificación del XI tras la destrucción
de Almanzor en el 997.
La Leyenda:
Aquella
semana que pasó el rey Pedro I en
Compostela mientras se ultimaban los preparativos para trasladarse a Bayonne, en busca del apoyo inglés para
su causa no se limitó a otorgar títulos, también indujo a la comisión de un
horrible crimen que, años más tarde, sería transformado en leyenda, como suele
suceder.
Regía en
este tiempo, la sede catedralicia de Santiago, el arzobispo Suero Gómez, que con sus 30 años de edad fue uno de los prelados más jóvenes que la hayan
gobernado. Cuando el rey llegó a las puertas de la ciudad, D. Suero Gómez salió a recibirlo con doscientos hombres a caballo,
retirándose, al acabar, a su residencia en el castillo da Rocha Forte, mientras que el rey se alojaba en San Martiño Pinario. Allí celebró consejo con Fernando de Castro, Suero Yáñez de Parada, Mateo Fernández y Juan
Dente, para tratar la manera de frenar a los afines a la causa de Enrique en Galicia, entre los que se encontraba Suero Gómez. Algunos hablaban de
encarcelarlo, pero la mayoría prefería la opción de eliminarlo, decisión que
finalmente fue adoptada, encargando tal tarea a Fernan Pérez Churruchao y Alonso Gómez Gallinato. Y para perpetrar
tal acto citaron al arzobispo el día 25 del mes, que acudió acompañado del deán de la catedral Pedro Álvarez.
La elección
de estos dos personajes no está muy clara, junto con su amistad por el monarca había un sentimiento de venganza en la
familia Deza-Churruchao, a la que ambos pertenecían, contra las cabezas
eclesiásticas que gobernaban la ciudad, que se remontaba a 1317, año en el que otro asesinato había
conmocionado la ciudad prisciliana cuando la enemistad entre el pueblo y Alonso Suárez de Deza y el nuevo arzobispo Berenguel de Landoira se
saldó con el asesinato del primero entre las murallas del castillo de la Rocha Forte.
En aquellos
tiempos no existía la plaza del
Obradoiro, sino que delante de la catedral se erguían un montón de chabolas
con huertos que solían dar posada a los peregrinos que de toda Europa llegaban;
en una de ellas se escondieron los dos sicarios y, en cuanto cruzó el prelado, lo acuchillaron sin piedad hasta la muerte,
mientras el rey Pedro observaba, impasible, los hechos, desde las torres de la
catedral. El deán, perseguido por
Gómez Gallinato, logró esconderse en la catedral, pero fue acuchillado delante
del altar mayor. Aunque los dos asesinos fueron excomulgados, aprovecharon
para huir hacia Ponte Ucha entre el
clamor popular mientras se daba sepultura al arzobispo en el Claustro Novo.
Sea como
fuere, esta negra historia conocida en la ciudad compostelana, acabó derivando
en leyendas sobre el crimen de la Balconada, que tras haber
sucedido fue limpiada con sal y cerrada, aunque tal calle jamás existió. Se
contó que en una ocasión un noble había solicitado audiencia ante el rey
reclamando justicia contra un obispo enamorado de su hermana que mantenía
cautivo al padre de los dos hermanos; la respuesta del rey fue clara: “mátalo allí donde lo encuentres”. El
día de Santiago lo encontró en la calle de la Balconada y allí lo mató. Toda Compostela quedó conmocionada con el
crimen, cerrando casas e iglesias, teniendo que desplazarse los feligreses al vecino pueblo de Conxo para escuchar
misa, derivando de esta leyenda el dicho “Vaiche na misa de Conxo” para referirse a una pérdida de tiempo,
tal y como lo tenían que perder aquellos que entre ir y volver andando hasta
allí les pasaba el día.
Dando lugar
a las tonadillas:
“Adeus rúa Nova fermosa, na rúa da Balconada mataron a
un arcebispo e foi por una madama”.
“Preto da rúa do Villar, na rúa da Balconada, mataron
al arcebispo, por celos de una madama”
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